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lunes, 11 de julio de 2011

17º capítulo

                                      Dolor de cabeza
                                        [Francia, Ciudad de la torre del hierro, hace algún tiempo]

Habían empezado poco después de que el escáner  la rematerializase en el mundo real. Dolores de cabeza fortísimos que la pillaban por sorpresa, dejándola sin aliento. Literalmente sin aliento.
La causa de esas jaquecas era del todo incomprensible y, al mismo tiempo, sencillísima: Aelita todavía estaba conectada de alguna forma con el mundo virtual de Lyoko. Estaba marcada con su huella.
Un doloroso recordatorio.
Esa inexplicable conexión se había mostrado en toda su dramática evidencia cuando habían tratado de apagar el superordenador: Aelita se había desplomado en el suelo, sin sentido.
Sin vida.
-¡Vuelve a encenderlo! ¡Enciende el ordenador, Jeremy! –habían gritado los muchachos en medio de la oscuridad de las instalaciones de la vieja fábrica.
Entonces Jeremy había vuelto a bajar la palanca. Y ese día había entendido una verdad muy simple: no podían apagar el superordenador, porque apagado significaba apagar también a Aelita.
Le había dado muchas vueltas. Al final había llegado a la conclusión de que el meollo del problema eran esas zonas de la memoria de la muchacha que habían sido manipuladas, y que Jeremy había borrado más tarde para lograr que saliese de Lyoko. Un meollo inextricable, de una complejidad que a él se le escapaba de las manos.
Y además estaba X.A.N.A. Aunque aún no tuviese claro quién o qué era aquel ser desquiciantemente imprevisible, Jeremy había empezado a sospechar que el vínculo entre Aelita y Lyoko dependía de alguna manera de su existencia.
Pero todavía quedaban demasiados misterios, demasiadas incógnitas sin respuestas. Y una presencia malvada, palpitante, que les impedía dormir con serenidad.
Hasta aquella noche.
La noche en que todo cambió.
El cursor que había en la pantalla de Jeremy se animó sin previo aviso. Una letra tras otra, hasta formar una palabra, y luego una frase.
POR FIN TE HE ENCONTRADO.
El muchacho miró fijamente, y con la boca abierta, la ventana de chateo que había aparecido en el monitor. Por un momento se quedó sin saber qué hacer, hasta que le pudo la curiosidad. Sus dedos comenzaron a saltar nerviosos sobre las teclas.
¿Quién eres?
SOY FRANZ HOPPER.
Jeremy se sobresaltó. <<No puede ser…>>
Sintió cómo un prolongado escalofrío de terror le recorríala espalda.
¿Y si era X.A.N.A. quién se estaba poniendo en contacto con él? Aquella inteligencia artificial parecía obsesionada con todo lo que tuviese que ver con Aelita y Franz Hopper, su creador. Jeremy se quedó con los dedos suspendidos sobre el teclado.
NO SOY X.A.N.A. TE LO PUEDO PROBAR. PREGÚNTAME LO QUE QUIERAS. SOMÉTEME AL TEST DE TURING.
Jeremy clavó los ojos en el último mensaje, petrificado. Quiénquiera que fuese el que le estaba escribiendo, parecía leerle el pensamiento…
No sabía cómo reaccionar. ¿Qué sabía de X.A.N.A.? Que era un ente artificial de un mundo artificial. Que podía tomar el control de torres de acceso conectadas a los aparatos electrónicos del mundo real. Que, por lo tanto, a lo mejor podía moverse por internet…
¿Por qué no? Tal vez X.A.N.A. tenía el acceso a los bancos de datos de todo el mundo. Podía conseguir cualquier texto científico, elaborar estrategias y hacer cálculos a la velocidad de la luz…
Tal vez.
O tal vez Jeremy simplemente debía apagar el ordenador. Debía cerrar la ventana de diálogo e irse a dormir.
OYE, ¿SABES CUÁL ES EL COLMO DE UN SASTRE? TENER UN HIJO BOTONES Y UNA MUJER AMERICANA.
¿TU CREES QUE X.A.N.A. SE PONDRÍA A CONTAR CHISTES? ¡VAMOS, SI NO TIENE EL MÁS MÍNIMO SENTIDO DEL HUMOR!
Jeremy sonrió.
Tu tampoco. Es un chiste malísimo.
AHÍ TENHO QUE DARTE LA RAZÓN.
¿Por qué te has puesto en contacto conmigo?
TENEMOS QUE BORRARLO.
¿Borrarlo? ¿El qué?
A  X.A.N.A.
Jeremy sacudió la cabeza, cada vez más confundido.
Pero, ¿quién es X.A.N.A.?
Esta vez la respuesta se hizo esperar unos segundos.
EL ENEMIGO.
Los espaguetis a la boloñesa eran probablemente la peor comida que había salido jamás de la cocina de la academia. La cocinera era buena, pero estaba claro que la pasta no era su fuerte: los espaguetis terminaban apelmazados en una informe masa pegajosa, mientras que la salsa era demasiado líquida, y enseguida se escurría hasta el fondo del plato, formando un charquito rojizo de un sabor indefinible.
A pesar de eso, Odd había devorado alegremente su ración, y ya se había apropiado de las de Yumi y Aelita.
-Eres asqueroso –comentó Ulrich.
-Siempre decís lo mismo: <<Odd, das asco, Odd, eres un tragaldabas…>>. Pero en realidad es que no me gusta desperdiciar la comida.
-¿Alguno de vosotros ha visto a Jeremy? –preguntó entonces Yumi por cambiar de tema.
-No. Hoy no ha venido a clase.
-Me he pasado a verlo esta mañana –añadió Aelita-. Está trabajando con el ordenador.
Odd sorbió con avidez un ovillo de pasta  tan grande como un balón de rugby.
-Ese chico se va a poner malo como siga trabajando tanto. –dijo con la boca llena y sacudiendo la cabeza.
En ese momento William Dunbar apareció  al final de la mesa y se acercó a ellos con la bandeja en la mano.
-¿Puedo sentarme?
-Lo siento, pero no me parece que sea oportuno –dijo Ulrich sin ni siquiera dignarse levantar la vista del plato.
-¿Qué pasa? ¿Tenéis que contaros los secretitos de vuestro club exclusivo?
-En efecto.
William parecía estar a punto de tirarle encima la bandeja, pero se contuvo.
-¡Muy bien, como queráis! Total, se me ha pasado el hambre.
En ese preciso instante el teléfono de Aelita empezó a sonar.
-¿Cómo dices? ¿Qué? ¿Mi padre? Jeremy… ¡no tiene ninguna gracia!
Pero no era una broma.

Aelita, Urich, Yumi y Odd entraron por última vez dentro de Lyoko. Una elfa, un samurái, una dama japonesa y un hombre-gato con una larga cola morada. Para Aelita, el regreso al mundo virtual fue como una ducha fría. Y no sólo para ella.
Estaban en el sector del hielo. Al fondo de la llanura de color diamantino se erigía una montaña llena de picachos de nieve conectados entre sí por peligrosos senderos de cristal. Desde la cima de cristal más alta,  una cascada descendía en una lluvia plateada, formando un pequeño lago centelleante.
La sensación de encontrarse en un mundo falso era aún más fuerte de lo normal: la blanca superficie de hielo no reflejaba las sombras, y los muchachos tenían la impresión de caminar levitando a un par de centímetros del suelo.
-¿Dónde está mi padre? –preguntó Aelita mientras miraba a su alrededor.
-Escondido cerca de la cascada –respondió la voz de Jeremy desde dentro de los oídos de los muchachos-. Pero no esperéis reconocerlo fácilmente. Me ha dicho que no tenía una forma humana.
-A mi me huele mogollón a trampa –siseó Ulrich-. Tengo la desagradable sensación de que X.A.N.A. anda detrás de todo esto.
-Justo por eso es por lo que también nosotros estamos aquí –explicó Yumi-. Aelita no corre ningún peligro si permanecemos con ella.
En la sala de control de la vieja fábrica, Jeremy se mordió un labio. En su fuero interno esperaba que Yumi tuviese razón. Pero la verdad era que Aelita, como de costumbre, era la que se jugaba más que nadie, ya que seguía sin tener puntos de vida, ni siquiera tras la rematerialización.
Pero no dijo nada.
Caminaron hacia la cascada, que se derramaba sobre la superficie del lago plateado, creando una niebla impalpable y ligera. El lago, terso como una lámina de puente que desaparecía tras el muro de agua.
Odd se detuvo en primer lugar. De la montaña bajaban toneladas y toneladas de agua, y sin embargo no se oía ningún ruído. En el hielo solo había silencio.
-¿Qué hay detrás de la cascada, Jeremy?
-El quinto sector. El núcleo de Lyoko.
-¿El que no tiene nombre?
-Y ¿qué hay… en el núcleo de Lyoko?
-No tengo ni la menor idea.
-Vamos. Y tenemos que estar e guardia.
Más o menos a la mitad del puente, Aelita se detuvo.
-Quedaos aquí. Tengo que seguir yo sola.
-¿Te has vuelto loca?
Aelita negó con la cabeza.
-Es mi padre el que está ahí delante.
-De eso no estamos seguros al cien por cien –insistió Ulrich.
-Yo, en cambio, siento que es él. Y si así es… puede que sea mejor que hablemos a solas –dijo la joven con un suspiro.
-Chicos, tiene razón –asintió Yumi-. Se trata de su vida. Es un momento suyo.
Aelita le sonrió, agradecida. Luego dio media vuelta y se puso a avanzar sola por el puente, un paso tras otro, mientras  los otros tres miraban cómo se alejaba, quietos y empuñando sus armas.
Cuando se encontró debajo de la cascada se preparó para recibir las primeras salpicaduras, pero no sintió nada de nada. Las gotas se posaban un instante sobre su piel, y luego resbalaban hasta el suelo sin mojarla.
No era más que una ilusión.
La cascada ocultaba una cueva con el techo bajo y el suelo sumergido en las aguas del lago. El puente trazaba un gran arco por encima de la plata líquida.
Y allí, en el punto más alto, flotando en medio del aire sobre la superficie del lago, había una esfera luminosa. Aelita se quedó mirándola, embelesada. Parecía estar viva: en su interior se arremolinaban vórtices de luz palpitante y se sucedían millones de pequeñas explosiones de todos los colores del arcoíris.
-Aelita –pronunció su nombre la esfera.
Aelita reconoció al instante aquella voz. Incapaz de contener la emoción, corrió hasta el extremo del puente y alargó el brazo para intentar tocarla, pero la esfera seguía siendo inalcanzable, a pocos centímetros de distancia de las puntas de sus deos.
-Mi pequeña. Estoy muy orgulloso de ti.
-Papá… -lágrimas virtuales, frías y carentes de sabor, corrían por el rostro de la elfa.
-Me encantaría tener más tiempo, tesoro mío. Tiempo para nosotros. Pero él se está acercando.
-X.A.N.A.
-Es un peligro para todos nosotros. Tenemos que borrarlo.
La muchacha asintió con la cabeza.
-Lo haremos juntos, papá…
-Sí, pero no resultará fácil. Hará de todo para detenernos.
-Papá… te hecho tanto de menos…
-Yo también a ti, mi pequeña. No sabes hasta qué punto. Cada segundo, desde que me vi obligado a abandonarte. Durante todos estos años no he hecho otra cosa que pensar en ti y en tu madre, Anthea. En nuestra… familia.
Aelita estaba allí, inmersa en aquel paisaje irreal y aséptico, con un nudo en la garganta que no tenía ni la menor intención de deshacerse.
Lo que había delante de ella no era más que una esfera de luz, pero su voz… la voz que vibraba con calidez era la de su padre. Y acababa de pronunciar el nombre de su madre.
Una parte de ella tenía ganas de gritar: <<¡Papá, ven aquí y abrázame! A quién le importa X.A.N.A. y todo lo demás. ¡Te necesito!>>.
Pero la otra parte quería saber algo.
-¿Papá? ¿Dónde está mamá? –preguntó.
-No lo sé, tesoro. Pero está viva, y tú debes ir a buscarla. He dejado algo para ti en La Ermita. Está bien escondido, pero estoy seguro de que conseguirás encontrarlo.
-¿Por qué no podemos hacerlo juntos, papá?
-Porque yo ya no sé dónde está. Con el paso del tiempo he preferido olvidar mis propios recuerdos, para que él no pudiese tener…
De repente, la esfera se estremeció, empezó a girar sobre sí misma y sus corrientes internas se volvieron más intensas.
-¡X.A.N.A.! –susurró-. Se ha dado cuenta de que estamos aquí.

En la gran sala de control del superordenador, Jeremy estaba sentado, inmóvil, ante las pantallas, con las manos apoyadas en el teclado. En torno a él  la sala se hallaba sumida en la oscuridad, iluminada en algunos puntos por el parpadeo de los diodos luminosos y los textos que se encendían y apagaban como relámpagos. Jeremy habría preferido no escuchar aquella larga conversación, pero lo monitores le mostraban cada acontecimiento que tenía lugar en Lyoko, y los altavoces del superordenador le transmitían cada palabra, cada suspiro.
Estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó la sombra que se movía furtivamente detrás de él, y que se estaba acercando a su sillón.
No vio la mana que se acercaba a su espalda, cerrada en un puño, y se precipitaba sobre su cabeza rubia.
Cayó al suelo, sin sentido.
William Dunbar, su compañero de escuela, el muchacho que tan celoso estaba de Ulrich, miró a sus pies con aspecto satisfecho y sonrió.
Alrededor del lado helado el aire pareció cargarse de electricidad. De detrás de un saliente de hielo aparecieron los monstruos de X.A.N.A., cientos de ellos, como un enjambre de insectos enloquecidos.
Yumi fue la primera en percatarse de ellos.
-¡Allí! –gritó.
-¡Ya decía yo que esto era una trampa! –gritó por su parte Ulrich.
En un instante, el grupo se vio sumido en una lluvia de disparos láser. Yumi lanzó sus abanicos, pero sus enemigos eran demasiados.
La alcanzaron decenas de veces, y se disolvió en un soplo de polvo azul.

Brotó jadeando de la columna del escáner.
-¿Jeremy?– preguntó, aún sin aliento-. ¿Qué tal están los demás?
De los altavoces de la sala de virtualización no salió ninguna respuesta.
Yumi subió al primer piso y volvió a llamarlo.
-¿Jeremy?
Su amigo estaba tirado, y sus gafas también estaban en el suelo, con una patilla apuntando hacia arriba, torcida más allá de toda esperanza. En el puesto de control estaba sentado William Dunbar, y sus dedos se movían a toda velocidad por el teclado.
-¿Qué haces tú aquí? –gritó Yumi, horrorizada-. ¿Cómo lo has conseguido…?
William se volvió hacia ella con toda tranquilidad.
-Hola, encanto –graznó. Sus atractivos ojos habían desaparecido. En su lugar ardían dos antinaturales focos de luz azul.
Eran los ojos de X.A.N.A.
-¡Oh, no, William… no!
Y ni siquiera tuvo ocasión de preguntarse cómo había podido pasar eso. De la garganta del muchacho salió un chillido que no tenía nada de humano.. William abandonó el sillón y cargó contra ella sin darle tiempo para reaccionar, agarrándola de la camiseta. Yumi voló a través de la sala. Su espalda se estampó contra una pared, y el golpe fue tan fuerte que sus pulmones se vaciaron como un fuelle, dejándola sin aliento.
Tras unos instantes volvió a levantarse, dolorida. Encaró la puerta del ascensor y se lanzó en esa dirección tan rápido como pudo.
-¡Jeremy! –gritó.
Una de las manos del muchacho desmadejado en el suelo se movió débilmente, tanteando en busca de sus gafas.
Yumi no se detuvo.
No tenía ni idea de qué hacer exactamente, pero sabía que había que alejar a William de esa habitación.

Dentro de Lyoko, en el sector del hielo, Odd y Ulrich asistieron sorprendidos a la retirada de los monstruos, que refluían hacia las montañas de las que habían salido minutos antes.
-¡Ja, ja! –se congratuló Odd-. ¡Mira, los hemos hecho huir!
-No creo que huyan por nuestra causa: eran muchos más que nosotros.
-¿Y entonces?
-Entonces, parece más que nada una retirada estratégica. O bien…
De repente, una ladera de la montaña comenzó a temblar.
Luego, el temblor se propagó al resto del terreno, y una profunda grieta se abrió en el hielo justo al lado de ellos. El chorro de agua de la cascada aumento bruscamente de intensidad durante unos segundos, y al final se ralentizó, rediciéndose a un mero goteo.
El mundo de Lyoko empezó a vibrar ante sus ojos, y la sensación de vértigo causada por el entorno virtual los asaltó con mucha más violencia que de costumbre.
-¿Crees que Aelita necesita ayuda? –preguntó Odd.
-Ella, no lo sé. Nosotros, seguro.
-¿Por qué?
-¡Mira ahí! –señaló Ulrich.
Por detrás de los picachos de hielo había aparecido una criatura gigantesca.
Tan alta como para poder pasar por encima de la montaña con una sola zancada. Su cabeza era una máscara blanca en la que resaltaba un único ojo. De su cráneo salían tentáculos negros parecidos a tumultuosas rastas. El coloso tenía forma humana, pero sus dimensiones eran increíbles.
Descargó un puñetazo contra la montaña. Un gran fragmento de hielo se desprendió de la cima y cayó en el lago, ensanchado todavía más la grieta que se había abierto poco antes.
-Ay, madre… -murmuró Odd mientras sentía como las rodillas le empezaban a temblar.

-¡Odd, Ulrich! –la voz de Aelita los sacó de su estupor.
La muchacha venía corriendo por el puente de hielo, seguida por una esfera de luz que levitaba detrás de ella. Los alcanzó en unos pocos segundos.
-¡Éste es mi padre! –explicó, señalando a la esfera.
-Oh, buenas… señor Hopper. –la saludó Odd educadamente. Nunca había tenido ocasión de hablar con una… especie de lámpara-. ¿No podría, por casualidad… ayudarnos a poner en su sitio a ese monstruo gigantesco?
-Puede que sí –respondió la esfera, dejándolos a Ulrich y a él con la boca abierta-. Pero es algo que tenemos que hacer juntos
-Y ¿cómo?
-Esperaba que Jeremy os lo hubiese dicho.
-Bueno… no está muy hablador últimamente.
El coloso dio un salto hacia delante.
El impacto de sus enormes pies en el terreno fue devastador: la grieta se convirtió en un precipicio que se extendía entre las piernas del gigante. Alzó los brazos hacia el cielo, y un instante después, descargó sus puños sobre el suelo, levantando una oleada de agua plateada que se desvaneció, transformándose en un denso vapor.
-¡Seguidme! –dijo la esfera-. ¡Y tratas de que Aelita no sea desmaterializada!
-¡Ve tú, Odd! –dijo Ulrich mientras volteaba su catana hacia sí. La hoja silbó en el aire, despidiendo reflejos de luz azul-. Yo intento distraerlo de alguna forma.
-¡Vaya abriendo camino, señor Hopper! –gritó entonces Odd dirigiéndose a la esfera-. ¡Lo seguiremos corriendo dondequiera que vaya!
El coloso soltó un nuevo puñetazo, y esta vez el precipicio llegó hasta el lago, que vibró en protesta al tiempo que el agua de plata empezaba a colarse  por él, desapareciendo en los abismos digitales de lo que quedaba en Lyoko.
La esfera se zambulló en el precipicio, seguida de Odd y Aelita.
Cayeron a plomo directamente sobre una plataforma cuadrada de piedra lisa suspendida sobre un abismo sin fin.
En el ordenador de la vieja fábrica abandonada, bajo el quinto sector, el núcleo que hasta en ese momento había permanecido simplemente en blanco, apareció un nombre.
CARTAGO
Era el nombre de una ciudad.
Una ciudad sin dimensiones, compuesta por una infinita cantidad de bloques azules y superficies lisas y regulares, situados unos juntos a otros con una precisión casi angustiosa.
Cientos de monstruos-raya pasaban a toda velocidad y en todas direcciones, planeando por el cielo digital con sus grandes aletas en forma de alas.
Tenían un largo morro con dos pequeños cuernos móviles, y un cuerpo ancho, plano y lechoso. En cuanto percibieron a los intrusos lanzaron una especie de agudo chillido y empezaron a convergir hacia el punto en el que se encontraban, disparando contra ellos enjambres de flechas láser.
Odd, Aelita y la esfera huyeron bajo el fuego cruzado  mientras la ciudad de bloques azules parecía descomponerse y recomponerse infinitamente bajo sus pies. Encontraron una segunda pasarela, y luego una tercera, y corrieron a más no poder, hasta que la plataforma se terminó.
Frente a un vacío absoluto.
Era como si hubiesen llegado al mismo tiempo al centro y al final de todo.
Ante ellos se materializó una pantalla fluctuante que carecía de marco.
-¡Ahora te toca a ti, Aelita! ¡Debes instalar el programa! –ordenó la esfera desde detrás de ella.
-¿Qué programa?
-Jeremy lo sabe.
-¡Jeremy! ¡Mándame los datos! ¡Jeremy! –gritó ella, alzando la vista hacia el cielo.
Pero no obtuvo ninguna respuesta.
Odd saltaba adelante y atrás sobre sus ágiles piernas con las muñecas estiradas para disparar sus flechas láser, en un desesperado intento por proteger a la muchacha. Por suerte, los monstruos parecían ignorar a ambos muchachos, y concentraban todos sus esfuerzos en la esfera, que levitaba, inmóvil, en el aire, atrayendo hacia sí enjambres de criaturas, como si fuesen moscas.
Parecía como si su volumen aumentase poco a poco.
-¡Jeremy! –gritó Aelita, desesperada-. ¡Necesito el programa! ¡AHORA!
-Aquí… estoy –murmuró la voz de Jeremy como si acabase de volver de los infiernos.
-Pero ¡¿dónde narices te habías metido?!
-Hemos tenidos unos… problemas. William…
-¡No es momento de chácharas!– berreó Odd-. ¡Jeremy, mándanos el maldito programa! Y usted, señor Hopper, tiene que alejarse de aquí, ¡es un blanco demasiado fácil!
-¡Vosotros concentraos en el programa – respondió la esfera-. ¡No os preocupéis por mí! ¡El programa!
Aelita apoyó las manos en la pantalla , y en unos segundos cargó en la pantalla las memorias de Lyoko el programa que les envió Jeremy.
-¡Ya está! –anunció al final, interrumpiendo el contacto. Si embargo, algo no estaba yendo como debía. La muchacha examinó la pantalla que fluctuaba delante de ella-. He cargado el programa en el sistema, Jeremy, ¡pero no se activa! ¡Me sale un mensaje de error!
-No es un error- puntualizó el muchacho-. El superordenador no tiene bastante energía para alimentar el programa.
-Y entonces, ¿me explicas de que sirve haberlo instalado? Gritó Odd, que seguía combatiendo con furia entre las rayas. Estaba exhausto, como todos ellos. Estaban luchando contra una fuerza indomable, potencialmente infinita-. ¿De dónde vamos a sacar ahora la energía que necesitamos?
-Soy yo –declaró la esfera-. Yo soy toda la energía que necesitamos.

Yumi se encontraba en el primer piso de la vieja fábrica, en el punto desde el que la galería llevaba a la vieja entrada y el puente de hierro.
La situación no estaba nada bien: William se comportaba como una demente, y se había vuelto más fuerte de lo que nunca había sido.
Mientras corría por las galerías de hierro de la fábrica. Yumi sintió cómo el miedo le presionaba contra las sienes.
Aquí, en la realidad, no tenía puntos de vida ni abanicos afilados como cuchillas. La espalda todavía le dolía a causa del golpetazo contra la pared. Otro tortazo por el estilo, y seguro que perdía el sentido.
No podía enfrentarse a él. Aunque podría tratar de mantenerlo lejos de la sala de control.
Y mientras tanto, tratar de sobrevivir.
Se escabulló entre los mamparos de herrumbe, atenta a cada ruido o movimiento sospechoso.
Pero no lo bastante, evidente.
William apareció de la nada, como un fantasma, y agarró por el cuello.
Yumi trató de soltarse. Sus zapatillas de deporte patinaron sobre el cemento, buscando un punto de tracción. Forcejeó.
-Socorro –susurró con un hilo de voz.
Sujetándola por la garganta, William tiró de ella hacia sí, listo para arrojarla contra uno de los muros de ladrillo de la fábrica. Después pareció cambiar de idea. Su rostro se contrajo en una mueca.
Sus ojos, en los que brillaba el símbolo de X.A.N.A., vibraron como si sufriesen una interferencia.
Yumi sintió cómo la levantaba, y se dio cuenta de que sus pies ya no tocaban el suelo. William la balanceó sobre el vacío, al otro lado de la barandilla metálica de la galería.
Estaba por lo menos a cinco metros de altura.
Pretendía tirarla abajo.

Odd había aprendido que siempre había un límite para cada cosa. Él solo, por ejemplo, podía hacer frente a tres o tal vez cuatro monstruos. Pero no a cien.
El muchacho saltó sobre el lomo de una raya, la agarró por los cuernos y la condujo hacia lo alto, donde miles de otros monstruos tenían cercado a Hopper.
La raya hizo un extraño, encabritándose, pero Odd clavó los pies y no aflojó su presa.
-¡Malditos bichejos! –gritó.
Forzándola a elevarse, logró acertarle a un segundo monstruo, y luego a otro más. Después solo tuvo tiempo de ver el resplandor del láser que le acaban de disparar directamente entre los ojos.
¡Blam!
Una puerta corredera se deslizó hacia un lado, y Odd se encontró en la sala de escáneres.
-¿Yumi? ¿Jeremy? –resolló, turbado.
-¿Odd? ¿Has vuelto? –era la voz de jeremy. Sonaba asustado-. ¡Corre, rápido! Yumi está en el piso de arriba, y con ella está William Dunbar.
-¿William… Dunbar? ¿Y qué hace ese aquí?
-¡No es el verdadero William! ¡Es X.A.N.A.! ¡Y quiere matarla!
-Aj, maldita sea.
Odd salió disparado sin añadir nada más. El corazón le golpeaba contra el pecho con un ritmo infernal, pero el muchacho trató de ignorar esos latidos ensordecedores. Llegó tambaleándose hasta el ascensor, lo llamó y después apretó el botón rojo que llevaba a la planta baja de la fábrica.
Subió.
Una vez arriba, trató de entender hacia dónde ir. Miró a su alrededor, desorientado, mientras le llegaba el olor al viejo del polvo.
Luego oyó un golpe. Un gritito. Por el rabillo del ojo entrevió un movimiento. Volvió la mirada en aquella dirección. En lo alto de un andamiaje vio a William. Estaba sosteniendo algo en el aire… ¡Ey, un momento! ¡Pero si era Yumi?
-¡No! –gritó instintivamente Odd.
William lo vio. Le dedicó una sonrisa sádica y loto su presa.
Sin pensarlo, Odd pegó un salto y se tiró en esa dirección.

En la orilla del lago helado, que a esas alturas ya se había descompuesto en un millar de fragmentos de código. O mejor dicho, estaba huyendo a todo correr, con el monstruo en los talones. Pero esa estrategia no parecía funcionar: tenía que ocurrírsele otra cosa lo antes posible. Entonces decidió ocultarse entre los trozos de hierro que lo rodeaban, a la espera. De pronto, oyó el retumbar del pesado paso del coloso, dio un prodigioso salto hacia delante y le clavó la espada con fuerza en el empeine del pie. Usó la espada como asidero para subirse a él.
Al gigante no pareció preocuparle demasiado: completó el paso y despedazó lo que quedaba del lago plateado.
Ulrich se sujetó a la empuñadura de la espada con todas sus fuerzas.
Consiguió desprender la hoja del pie del gigante y saltó de nuevo. Ensartó la espada en el centro del muslo. Volvió a subir. Prosiguió así con su escalada hasta llegar a la cintura. A partir de ahí la subida se volvía más difícil: el tórax del coloso era un enorme saliente invertido, imposible de escalar.
Esperó a que el gigante moviese un brazo y calculó el salto para aterrizar sobre su desmedida mano. Consiguió hincar la catana en una de las yemas de sus enormes dedos. En ese momento el monstruo, que hasta entonces ni siquiera se había percatado se su presencia, reaccionó. La mano se movió a una velocidad impensable, y el muchacho tuvo que escabullirse por el hueco entre el índice y el corazón para evitar quedar aplastado.
Se dio cuenta de que tenía pocas posibilidades sin la ayuda de alguien.
-Jeremy –imploró-. ¿Me recibes? ¡Jeremy!
-¡Aquí me tienes! –gritó Jeremy en los oídos de Ulrich un segundo antes de que el coloso lo empezase a estrujar. Hacía daño. ¡Hacía daño de verdad!
-¡Jeremy! ¡Haz algo!
-¡No puedo hacer nada! A no ser que… ¿Sabes conducir una moto?
-¡JEREMY!
Junto al muchacho, sobre la colosal mano del monstruo, apareció una pequeña moto digital. La presa se aflojó lo justo para que Ulrich pudiese deslizarse entre sus dedos. Salió encima de la moto, cargó su peso sobre las muñecas y dio gas. Fue acelerando más y más a lo largo de la subida del pulgar y se lanzó al vacío que había más allá de la uña. Luego empezó el remonte. El antebrazo.  El hueco del codo, un foso oscuro del color del hierro quemado. La curva del bíceps.
Ahora el coloso actuaba como quien trata de deshacerse de un mosquito. Pero en lugar de frenar, Ulrich aceleró aún más. Hombro. Cuello. A esa altura se dobló sobre la moto y saltó como un muelle hacia la máscara blanca que cubría la cara del mosntruo… que justo en ese instante se inclinó, mostrándole su único ojo: el símbolo de X.A.N.A.
Ulrich desenvainó la catana mientras todavía estaba en el aire.
Giró el brazo e hincó con todas sus fuerzas la punta de la espada en el negro centro de auqel horrible símbolo.
La espada de Ulrich era el equivalente de la punta de un alfiler para el gigante. Y no obstante, se tambaleó…
Colgando de la catana con ambas manos, Ulrich trató de agarrarse fuerte, lo más fuerte que podía, con los dientes rechinándole. Se elevó a pulso hasta que logró apoyar los pies contra la lisa superficie de la máscara. Luego empujó la catana todavía más a fondo.
El coloso había acusado el golpe. Se sacudió bruscamente hacia un lado, y Ulrich se vio lanzado por los aires, ya sin su espada y cabeza abjo. Se encogió hasta hacerse una bola, dio una voltereta y aterrizó de pie.
El impacto fue violentísimo. Sus dientes entrechocaron con fuerza, hasta el punto de que Ulrich temió por un instante que se le fue a partir.
Sin embargo, estaba de una pieza. Incluidos los dientes.
No tuvo tiempo de maravillarse: rugiendo de rabia, el monstruo se desmoronó encima de él. Y lo desintegró.
-Señor Hopper –lo llamó Jeremy desde su puesto-. Necesitamos la energía. De inmediato.
-Estoy listo, Jeremy –anunció la esfera-. Llévate a los demás.
-Papá… ¿qué significa eso?– suplicó Aelita-. ¿De qué energía habláis?
La muchacha todavía se encontraba sobre la plataforma, rodeada por las rayas. Estaba en tensión, esforzándose por mantenerlas lejos, proyectando desde sus manos escudos energéticos que inundaban el espacio de rosa, a un ritmo que ni siquiera ella habría creído posible.
No había nadie más, aparte de ella y la esfera.
-Ya no nos queda mucho tiempo, mi pequeña –la apaciguó su padre-. Tócame, y dame acceso al programa –la esfera flotó hacia la pantalla, desentendiéndose de los monstruos y sus láseres.
Su superficie era ahora de un color más oscuro, y sus corrientes de energía se agitaban impetuosamente.
-¡No! –protestó Aelita-. ¡Antes tienes que decirme qué te va a pasar!
-¡Aelita, PARA YA! ¡No seas tonta! ¡Tócame!
La muchacha bajó las manos y retrocedió. Las rayas derramaron una lluvia láser sobre la esfera, mientras que la luz de su interior se oscurecía cada vez más hasta que se volvió de un negro profundo y nocturno.
-¡Hopper! ¡Aelita! ¡el programa está perdiendo energía! Todavía queda un cuarenta por ciento –calculó Jeremy, alarmado-. Treinta… veinte…
Aelita se acercó a su padre.
-Así, no, papá… -murmuró entre lágrimas.
Una raya disparó otro tiro, y la muchacha se tambaleó y pareció perder consistencia. Se apoyó en la esfera con todo su cuerpo. Abrazó a su padre. Por un instante sintió entre sus brazos la forma de una persona de carne y hueso…
-¡Aelita! –gritó Jeremy-. Señor Hopper…
La esfera se disolvió. Sin explosiones. Sin ruído.
Como si nunca hubiese existido.
Un líquido repleto de energía se derramó sobre toda la ciudad de Cartago como una ola. Y desde allí se propagó por los demás sectores de Lyoko, expandiéndose en todas direcciones. Un mar incontrolable. Inundó las montañas, los árboles digitales, las rocas de los desiertos y los lagos helados. Era un mar que estaba dando caza a X.A.N.A., que seguía sus huellas. Pasó de ser un líquido blanco a convertirse en un cúmulo de tentáculos que se ramificaron en busca de nuevos fragmentos, nuevos posibles escondites.
Todos los monstruos de Lyoko, en cuanto eran alcanzados por el líquido o los tentáculos, se deshacían en pompas de colores. Uno tras otro.
Pero ellos no eran tan importantes. Ellos tan solo eran los peces pequeños.
Cuando el mar por fin los encontró, X.A.N.A. lanzó un grito de rabia y frustración, al tiempo que su cuerpo digital era destruido bit a bit.
En la vieja fábrica William también lanzó  un grito de dolor, doblándose por la mitad. Levantó bruscamente la cara hacia el techo, y de su boca, abierta en una mueca de sufrimiento, empezó a brotar un humo denso, negro como el alquitrán, que se enroscó en amplias volutas antes de desvanecerse en el aire.
William Dunbar se desmayó.
Unos metros más abajo, Odd estaba estrechando a Yumi entre sus brazos. Había conseguido salvarla en el último instante, protegiéndola con su propio cuerpo desde después de que William la arrojase.
-¿Estás bien? –le preguntó.
-Sí. ¿Y tú?
Odd asintió con la cabeza, riendo.
-Aparte de algún que otro moratón que me saldrá mañana. Pero deberías ponerte a dieta.
Odd, Yumi, Ulrich y Jeremy. Estaban todos quietos y en silencio en la sala de los escáneres. Esperaban a que la puerta de que la última columna se abriese y les trajese de vuelta a Aelita. Jeremy tenía el corazón martilleándole contra las costillas, y bajo los gruesos cristales de las gafas sus ojos iban poniéndose rojos de la emoción.
Y, finalmente, ahí estaba.
Aelita salió tambaleándose del escáner. Los miró uno a uno, y luego dio un paso hacia Jeremy.
-Ha muerto, ¿verdad? –sollozó mientras las lágrimas le surcaban el rostro-. Mi padre…
Ninguno respondió.
Los muchachos se arrimaron a ella, todos a la vez, y la envolvieron en un silencioso abrazo.

2 comentarios:

  1. ujajajaj
    lo esperaba con ansia
    gracias x poner el capi

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  2. Estaba esperando el capi
    muchissimas
    gracias por
    traerlo
    besossss

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