Publicidad

Sony Tablet New 468x60

Publicidad

Publicidad

lunes, 2 de mayo de 2011

12º capítulo.

                          El misterio de los contructores
                                       [Francia, Ciudad de la Torre de Hierro, 9 de enero]
La partida de escondite había naufragado miserablemente.
Odd se acababa de poner a buscar a los demás cuando Jeremy y Aelita reaparecieron en el desván, saliendo de repente del pasadizo secreto, y le habían gritado que parase. Después, los tres habían bajado a buscar a Ulrich y Yumi, y se los habían encontrado en el salón, sentados en el sofá, callados como muertos. Debía de haber pasado algo, porque la muchacha parecía furibunda y Ulrich la observaba con temor, como un domador inexperto ante un tigre sin domesticar.
-A Aelita se le ha ocurrido una idea -les anunció Jeremy a los demás-. En en sótano han quedado algunos sacos de cemento comprados a una empresa constructora de la ciudad.
-¿Y bien? -preguntó Ulrich.
-Estábamos pensando en acercarnos a la dirección que está escrita en los sacos y preguntar si alguien de ahí ha trabajado alguna vez en La Ermita.
-¿En domingo? -intervino Yumi.
-Hoy somos libres de hacer lo que queramos. Mañana empiezan las clases.
-¿Sabes cuántos años deben de tener esos sacos de cemento, Einstein? Mínimo diez.
-Era sólo una idea.
-¿Tan importante es? -dijo Ulrich mientras se refregaban el pelo mojado por la nieve con una toalla.
-Jeremy me ha contado lo de los pasadizos secretos -explicó Aelita-. Tal vez hay alguien de entre los que trabajaron en ellos que pueda darnos algo de información que todavía no conocemos. A lo mejor alguno de ellos se acuerda de mi padre...
La miraron en silencio.
Fue Yumi la primera que expresó el pensamiento de todos.
-En el fondo, probar no nos cuesta nada -comentó.
-Pero no tiene mucho sentido que vayamos todos juntos -objetó Odd-. ¡Alguien tiene que quedarse aquí para preparar la merienda!
-¡No me lo creo! ¿Cómo puede ser que siempre tengas hambre? -exclamó Jeremy.
-Odd tiene razón. Tampoco es cuestión de que vayamos todos. Yo, por ejemplo, preferiría quedarme aquí para aclara un par de cosillas con... -Yumi señaló a Ulrich haciendo un gesto con la cabeza.
-¡Quitadme de encima las patas de este chucho! -siseó Ulrich en medio del silencio que habían dejado en el aire las palabras de Yumi-. O lo estrangulo con la toalla.

Nevaba despacio. Sobre la ropa de los transeúntes que se posaban livianas agujas de hielo que dibujaban blancas figuras irregulares.
Odd estornudó.
-¡No pillo por que al final nos ha tocado a ti y a mí!
-Claro que no lo entiendes. Ulrich y Yumi tienen que hacer las paces, pero jamás habrían aceptado quedarse a solas en La Ermita. Por eso Aelita está con ellos.
-¡Pero podía haberme quedado yo! ¡Les obligaba a hacer las paces en un nanosegundo!
-¡O a lo mejor los habrías convencido de que se dejasen de formalidades y pasasen directamente al Kung-fu -concluyó Jeremy con una risita
No tenía ni idea de qué les había pasado a esos dos, pero estaba dispuesto a apostarse lo que fuese a que William Dunbar tenía algo que ver con ello. Además, cuando Ulrich y Yumi se peleaban, de un modo u otro él siempre andaba de por medio.
El cielo gris empezó a oscurecerse lentamente, y la noche se abrió paso entre los edificios y las calles de la ciudad.
-¿Qué estamos buscando exactamente? -preguntó Odd después de un rato.
-Rue de Tivoli, 117 -le recordó Jeremy-. Es la dirección de una constructora que se llama Broulet et Frères. Si de verdad trabajaron en La Ermita, y alguien se acuerda todavía de Hopper, podrían proporcionarnos un montón de información.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde cuando se supone que trabajaron en el chalé?
-Once años, como poco. Puede que algo más.
-Mmm... -musitó Odd-. Me da que nos estamos pillando una pulmonía para nada.
Los muchachos atravesaron la Place de la Révolution, un cuadrado de baldosas oscuras rodeado de tiendecitas repletas de luces de Navidad. Acortaron por la Rue de Provence y adelantaron a un puñado de personas arrebujadas en sus anoraks, a la espera de un autobús que no pasaba nunca.
-La Rue de Trivoli debería ser la segunda o la tercera a la izquierda.
Era una anónima calle de oficinas. A medida que avanzaban por ella, los edificios elegantes dejaron paso a otros más pobres y maltrechos que se alternaban con almacenes tristes.
-¡Estamos sólo en el número dos! -dijo Odd mientras señalaba el portal del primer edificio-. Buf, nos espera una buena caminata.
En realidad fue un auténtico vía crucis, con el viento abofeteándoles las mejillas y metiéndoles en los ojos los copos de nieve, cada vez más abundantes. Las aceras eran placas de hielo, y los muchachos empezaron a caminar por el centro de la calle, que algún quitanieves había sembrado de sal, transformando así el asfalto en una papilla densa y fangosa.
Su meta era un edificio viejo y zarrapastroso, tal vez el peor parado en toda la calle. Su fachada, que en otros tiempos debía de haber sido de un bonito color verde aceituna, era ya casi gris, y la nieve se le pegaba como si fuese un papel matamoscas. La puerta era una simple estructura de latón que enmarcaba dos vidrieras oscuras y cochambrosas. El portero automático tenía doce timbres, en ninguno de los cuales había ni un solo nombre.
-Bueno, bueno, bueno, Einstein -dijo Odd-. Aquí hace más de un siglo que ya no vive ni Dios.
-Probemos llamando al azar. ¿O quieres que nos demos media vuelta y nos volvamos a patear todo el camino?
Le echaron un vistazo a la Rue de Provence. Suspiraron, y luego les dieron un par de manotazos a todos los botones a la vez. Esperaron.
-Quién sabe si este chisme aún funciona -refunfuñó Jeremy, pulsando otra vez con fuerza algunos timbres a tontas y locas.
De repente, una voz aguda atravesó las vidrieras.
-¡Ya voy, ya voy! Hay que ver qué prisas. Al fin y al cabo, hoy es festivo, ¿saben?
Una llave giró dentro de la cerradura, y la puerta se estremeció, aunque sin llegar a abrirse. Entonces, Odd agarró uno de los picaportes, pegó un tirón y se encontró con una viejecilla entre los brazos.
Era bajita y muy delgada, igual que una niña. La piel de su cara, tirante sobre las mejillas, era casi transparente, y sus pequeños ojos hacían que su mirada pareciese amable y cansada.
-¡Oh, vaya! -exclamó la ancianita, soltándose mansamente del abrazo de Odd-. ¡Así que tenéis prisa de verdad!
-Sí, señora... -le respondió Jeremy, un tanto abochornado-. Estábamos buscando a alguien de la constructora Broulet et Frères. ¿Es ésta la dirección correcta?
La vieja sonrió.
-¿No eres algo joven para dedicarte a la construcción? De todas formas, sí, estáis en la dirección correcta. Pasad, pasad. Aquí fuera hace demasiado frío para hablar.
-Sí, pero ¿estás aquí el señor Broulet?
Ella no respondió. Se limitó a invitarlos a que entraran.
-Acabo de preparar un té.
Jeremy y Odd se consultaron con una mirada fugaz.
La idea del té no estaba mal.

La señora Marie Lemoine vivía en un apartamento del bajo del edificio, con unos pocos muebles que habían conocido tiempos mejores, una prehistórica tele en blanco y negro y una radio del tamaño de un aparador que graznaba canciones de hacía un siglo.
Sirvió el té en unas tazas de cerámica desparejadas, junto con un plato lleno de galletas de dudoso aspecto. Odd se metió una en la boca, y Jeremy observó cómo su amigo abría los ojos de par en par y se esforzaba por masticar. Decidió no probarlas.
-Lo mismo ya están un pelín pasadas -admitió la anciana-. Porque hace mucho que no recibo visitas, ¿sabéis?
  Jeremy pensó que había llegado el momento de explicarle el motivo de su visita.
-Como ya he mencionado antes, señora Lemoine, estamos buscando al señor Broulet.
-De la empresa Broulet et Freres -añadió la mujer-. Hace ya mucho tiempo que no vive aquí.
-¿Recuerda algo de él?
Marie miró fijamente a Jeremy con aire severo.
-Para tu información, jovencito, he sido la portera de este inmueble durante casi veinte años, y tengo una memoria de elefante. ¡Por su puesto que me acuerdo de Philippe, Jean-Jacques y Jean-Pierre Broulet! Tuvieron una oficina aquí, en el primer piso, durante diez años, antes de que... ¿Otra galletita?
Con una agilidad insospechable, la ancianita cogió una del plato y la lanzó directamente dentro de la boca de Odd, que se puso como un tomate y empezó a toser con fuerza.
-Como os iba diciendo -prosiguió Marie Lemoine-, estuvieron aquí sus buenos diez años, hasta que Jean-Pierre y Jean-Jacques murieron. Un accidente en el trabajo, por desgracia. Corinne, la chica que les echaba una mano con la contabilidad, me contó que los dos hermanos estaban trabajando en un andamio. No tenían muchos obreros, porque era una empresa pequeña. Bueno, la cosa es que el andamio se vino abajo. Philippe era el más joven, un tipo siempre alegre. En cuestión de seis meses ya había vendido la empresa y le había alquilado la oficina al señor Gaston, que, por cierto, era de todo menos un caballero. Fijaos que en una ocasión...
-¿Y Philippe? ¿Qué fue de él? -intervino Jeremy.
Marie parecía un poco molesta por la interrupción, pero no tardó en contestarle.
-Se fue a una ciudad del sur. Dijo que ya no podía vivir aquí.
-¿En qué año pasó todo eso?
Marie paladeó su té con toda tranquilidad, disfrutando de la atención que le estaban prestando. Daba la impresión de estar haciendo tiempo para no estropear el suspense.
-Sois dos chiquillos de lo más raro. Os venís aquí un domingo por la tarde, ¡y os ponéis a hacerme un interrogatorio sobre cosas que pasaron hace más de diez años! De todas maneras, fue en el... a ver... ¿cuándo murió Philippe? -se giró hacia Odd-. Tú por lo menos eres un jovencito sonriente, con un buen apetito. ¿Seguro que no quieres otra galleta?
Odd permaneció inmóvil y con los labios sellados por miedo a encontrarse con otra de esas piedras empotradas en la garganta.
Jeremy decidió socorrer a su amigo.
-Señora Lemoine -dijo en el tono más educado que consiguió poner-, disculpe que se lo pregunte, pero ¿le dejó Philippe, por casualidad, cómo ponerse en contacto con él? Algo como, no sé, ¿un número de teléfono?
   -¡Pues claro! Teléfono y dirección, por lo de los pagos pendientes y el resto de los trámites que despachar. Llevar una empresa es un asunto complicado, ¿sabéis?, hay montones de burocracia. Provedores alos que pagar, contratos por cerrar...
-¿Y usted aún conserva esa dirección?
-¿Para que la queréis?
Jeremy se mordió el labio inferior mientras elucubraba a toda prisa una excusa que sonase convincente.
-Mi amigo -dijo mientras señalaba a Odd- es el nieto del señor Broulet y jamás a visto a su abuelo.
Al oír aquellas palabras, la viejecita se puso de pie encima de su silla para estampar un beso brusco y arrugado en la mejilla de Odd.
-¡El nieto de Philippe! No sabía que tuviese hijos... Pero ¡claro que sí, tienes que ser tú! ¡Tienes sus mismos ojos! ¿Y cómo es eso de que aún no has conocido a tu abuelo, hijito?
-Es... bueno... -siguió improvisando Jeremy-. ¡Una historia muy triste, señora! La hija de Philippe, la madre de mi amigo, tuvo que mudarse a París, y por desgracia perdió la memoria, Pero nos contó que hace mucho tiempo...
-¿Dices que os contó? Pero ¿no había perdido la memoria?
Jeremy se estaba liando, así que Odd trató de sacarlo del apuro.
-¿Podría tomar un poco más de té, señora? -preguntó con aire inocente-. Le agradezco que sea tan amable -añadió de inmediato-. Siempre a sido mi sueño, ¿sabe? Reunir a la familia, quiero decir...
Marie Lemoine se derritió en una sonrisa, y pareció olvidarse de golpe de cualquier tipo de duda.
-Claro, claro. Pobrecito mío. Ahora mismo voy a buscarte la dirección de tu abuelito. Ahí, en el salón, tengo un archivo con todos los teléfonos del edificio, y por algún lado...
La ancianita se metió chancleteando en la habitación contigua y volvió unos minutos después con un papelito totalmente arrugado en la mano.
-¡Aquí está! Ya no vive en la ciudad, pero lo podéis encontrar en...
Le tendió el trocito de papel a Odd.

Cuando se encontraron de nuevo al aire libre, en medio de la nieve, Jeremy miró a Odd con una expresión divertida.
-Dime la verdad: ¿taaan horribles eran realmente esas galletas?
-Quita, quita, no puedes ni imaginártelo.
Jeremy se partió de risa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario