La casa vacía
[Francia. Cuidad de la Torre de Hierro. 9 de enero]
El nuevo año saludó al mundo con un frío fuera de lo común.
Por la mañana del domingo 9 de enero el tren llegó a la estación con una hora de retraso. Las vías eran dos franjas negras que destacaban entre la uniforme blancura. Había nevado durante toda la noche, y aún iba a volver a nevar.
Cuando las puertas del tren se abrieron con un resoplido, Jeremy ayudó a Aelita a bajar las maletas.
-¡Bienvenidos! -los saludó una voz desde la acera-. Hace ya un buen rato que os esperaba.
Aquella voz era la de Ulrich Stern, un muchacho alto y enjuto embutido en un plumas rojo. Llevaba un gorro de lana gruesa para protegerse del viento, pero del doblez inferior sobresalía un mechón oscuro y rebelde que le caía sobre la frente.
Aelita y Jeremy estaban contentísimos de volver a verlo.
-¡Qué pasa, Ulrich! ¿Qué tal te han ido las <<vacas>>?
Su amigo se encogió de hombros, y Jeremy no le hizo más preguntas. Sabía que estaba pasando por una mala época en la que no estaba muy en sintonía con sus padres.
Ulrich levantó sin esfuerzo una de las maletas, y se dirigió a la chica con una mirada interrogativa.
-Aelita, ¿tú qué tal estás? ¿Te ha ido bien en casa de los Belpois?
Aelita sonrió.
-Los padres de Jeremy han sido amabilísimos. ¡Y su madre es una cocinera fantástica!
-Genial -murmuró Ulrich. Luego los miró en silencio, sin tener muy claro como afrontar la cuestión por la que había ido a recogerlos a la estación. Al final se decidió por la forma más directa, que siempre había sido su favorita-. Y ahora... ¿va un poco mejor esa memoria?
Aelita se ciñó el abrigo. El aliento le salía de la boca formando ligeras nubecillas.
-Digamos que va yendo. Me acuerdo de quién eres, ¡que ya es algo!
Ulrich sonrió.
Se encaminaron por las calles de la ciudad, heladas y resbaladizas. La nieve le daba a todo un aspecto insólito, casi irreal: las aceras se confundían con el asfalto y la hierba con los parques, como una única alfombra blanca.
-Hace fresquete, ¿eh? Tengo miedo de que en esa casa tan vacía nos vayamos a helar... -masculló Jeremy en medio de una tiritera.
-No te preocupes -lo tranquilizó Ulrich-. Ayer Yumi se coló dentro para encender la calefacción. Vamos a estar de miedo.
-¿Odd está ya en la ciudad? -se informó Jeremy antes de echarse aliento en las manos heladas.
-Ha vuelto esta mañana. Está ayudando a Yumi a arreglar la casa.
-fantástico.
-Ya -convino Ulrich-. Nuestro <<diabólico plan>>, como lo llama Odd, funciona a la perfección.
La idea de encontrarse un día antes del comienzo de las calases a espaldas de sus padres se le había ocurrido a Jeremy. El objetivo era pasar un domingo juntos sin que nadie interfiriese en sus asuntos. Odd y él habían dicho que iban a dormir en casa de Ulrich; Ulrich, que iba a estar en casa de Jeremy; y Yumi, en casa de Aelita. Para no correr riesgos, Jeremy incluso había utilizado un programa de voz de su ordenador y había llamado por teléfono a todas sus familias, haciéndose pasar cada vez por un padre distinto para confirmar la excusa.
Un diabólico plan, efectívamente.
Gracias al cual iban a tener todo el tiempo y la calma necesarios para resolver cierta cuestión.
Alguien había limpiado la nieve de la plaquita de madera de la verja, y ahora la inscripción LA ERMITA era bien legible. Al otro lado de la cerca, el jardín tenía el mismo aspecto lunar que el resto de la ciudad. Una doble hilera de huellas surcaba la nieve y llegaba hasta los escalones del soportal de delante de la entrada.
La Ermita era un chalé alto y estrecho, de tres pisos más un semisótano, con el tejado a dos aguas y un garaje
bajo que se apoyaba contra la casa como si tratase de sostenerla. A su alrededor había abetos cubiertos de nieve, que eran más numerosos por detrás del edificio, donde tan sólo una cerca baja separaba el jardín del parque de la academia Kadic.
Aelita se paró a observar las ventanas oscuras, las columnitas blancas del soportal, los árboles.
-¿Te acuerdas de esta casa? -le preguntó Jeremy.
-Vagamente. Pero más que un recuerdo es como... una sensación. Siento que es un sitio al que le tengo mucho cariño.
Jeremy asintió con la cabeza.
-¡Yo diría que, como punto de partida, promete! Pero por ahora, entremos antes de que se nos congelen las ideas.
Dentro, Odd estaba colgando del techo una cadeneta de colores. En cuanto los oyó abrir la puerta saltó de la escalera al suelo con la agilidad de un gato.
Le dio una energética palmada en la espalda a Ulrich y corrió a abrazar a Aelita mientras Jeremy le lanzaba una mirada de celos.
-¡Hola, chicos! -los saludó Yumi, que salía corriendo de la cocina con un intenso brillo en sus ojos rasgados y su habitual sonrisa enigmática y sutil.
Yumi Ishiyama era la última de su grupo de amigos, la de más edad y, en teoría, la más responsable. Alta y delgada, le encantaba vestir de negro, el mismo color de su brillante cabello corvino. Sus padres eran japoneses, y se habían mudado a Francia cuando ella acababa de nacer.
-¿Y tus <<vacas>>? -le preguntó Jeremy.
-Pasables, hasta he conseguido esquiar. ¿Y las vuestras?
La conversación se vio bruscamente interrumpida por un estrépito como de cosas que salían volando por los aires. Acto seguido apareció Kiwi, el perrillo ladrador y poco mordedor de Odd, que empezó a cotorrear loco de alegría por entre los muchachos, meneando sin parar su rabo cortado.
Los amigos intercambiaron los relatos de sus vacaciones con avidez, como si fuesen caramelos, entre bromas y abrazos. Después decidieron que había llegado el momento de ponerse manos a la obra. Ulrich se encaramó a la escalera para terminar de colocar la cadeneta, mientras que Odd y Jeremy, los chefs del grupo, pasaron a la cocina. La madre de Yumi había preparado una bandeja de pasta al horno, y además la muchacha había hecho una compra de palomitas, refrescos, un asado precocinado y un asado de patatas.
-Mira a ver si consigues no cortarte un dedo -le advirtió Jeremy a Odd mientras éste se acuclillaba sobre una silla con el pelapatatas en la mano.
Su amigo hizo caso omiso de la broma.
-Bueno, cuéntame qué tal está Aelita -le pidió de golpe y porrazo, como si fuese lo que más lo apremiaba.
-Bien -le respondió Jeremy, encogiéndose de hombros-. La memoria ya le ha vuelto casi del todo. Se acuerda de nosotros y de bastantes acontecimientos de los últimos años... -reflexionó durante unos instantes antes de añadir-: Excepto de Lyoko.
-¿Qué quieres decir eso de <<excepto de Lyoko>>?
Jeremy suspiró antes de responder.
-Pues eso quiere decir que tiene totalmente borrado de su memoria todo lo relacionado con Lyoko.
-¿X.A.N.A?
- De X.A.N.A tampoco se acuerda.
Odd terminó de pelar una patata y agarró otra.
-Me refería a que si crees que esta amnesia es culpa de X.A.N.A.
-Imposible -le replicó Jeremy con una cara muy seria-. X.A.N.A está muerto.
-¡Fua, menuda comilona! -exclamó Ulrich, mientras se dejaba resbalar sobre la silla.
-¡Pues adivina a quién le toca fregar los platos! -le dijo Odd, guiñando un ojo.
-¡Oye, oye, ni hablar! ¡Eso es un trabajo de mujeres!
-Yumi le arreó un codazo en el estómago.
Aelita y yo pensamos ayudarte -le dijo con una sonrisa maliciosa mientras él recobraba el aliento-, pero ya que, como tú dices, <<es un trabajo de mujeres>>, vamos a dejarte a ti el honor de hacerlo.
Ulrich resopló mientras los demás se reían con ganas.
De repente, Jeremy se levantó de la mesa, desapareció durante un instante en una habitación contigua y volvió sosteniendo un bolsito.
-Los platos pueden esperar, chicos. ¿Qué os parece si vamos a dar una vuelta? -propuso con entusiasmo.
A Odd no le hizo mucha gracia la idea.
-Pero, ¿tú has visto el tiempo que hace, Einstein? -protestó señalando la ventana-. Estaremos por lo menos a mil bajo cero. Y me apuesto lo que quieras a que hasta vuelve a nevar.
-No nieva a mil grados bajo cero -puntializó <<Einstein>> mientras Odd resoplaba, alzando los ojos al cielo-. Y de todas formas, no tenemos que ir muy lejos. Sólo hasta el parque de la academia.
Yumi miró fijamente a Yeremi, con un gesto serio.
-¿Qué tienes en mente? -le preguntó
Jeremy abrió el bolsito que había cogido y sacó de él una pequeña cámara de vídeo digital.
-Me gustaría hacer un vídeodiario -explicó- He pensado que sería divertido contar ante la cámara lo que nos ha estado pasando. Y tal vez el día de mañana podría resultarnos útil.
-Gran idea -asintió, convencida Yumi.
-Yo, por el contrario, estoy de acuerdo con Odd -comentó Ulrich-. No entiendo por qué tendríamos que tomarnos tanto trabajo...
Yumi le soltó un segundo codazo, esta vez más preciso y más fuerte.
-¡Ay!
-Bueno, ¿nos ponemos en marcha? -los exhortó Jeremy, sin encontrar más objeciones
Se pusieron los abrigos y las bufandas, y se aventuraron a salir al aire libre. El cielo tenía un tono gris claro que tiraba hacia el morado: tiempo de nevada. Jeremy se abrió paso hacia la parte trasera de la casa, con Odd y Aelita siguiéndolo a rebufo.
Ulrich se quedó en la retaguardia y se arrimó a Yumi.
-Lo de los codazos no ha sido muy majo por tu parte -murmuró con resentimiento.
-Pero, ¿tú no eras el campeón de artes marciales? -le tomó el pelo ella-. Y además, no me digas que nos has entendido por que Jeremy ha propuesto lo de la camara.
-Mmmm... Pues más bien no.
-Pues para Aelita, ¿no lo ves? Si hablamos de Lyoko desde el principio, es posible que le vuelva la memoria.
Ulrich se caló el gorro de lana en la frente, no muy convencido.
Los muchachos salieron por la cancilla trasera de La Ermita y se encaminaron a través del parque. Allí la nieve estaba tan alta que les llegaba casi hasta las rodillas, y todo estaba sumido en un mullido silencio. Kiwi avanzaba a brincos, desapareciendo de cuando en cuando bajo el manto blanco.
Siguieron caminando hasta que empezaron a entrever las oscuras siluetas de los edificios de la academia Kadic, con sus tejados de varias aguas casi negros contra el pálido telón de fondo del cielo invernal.
El pequeño grupo se detuvo en un claro del parque: Jeremy y Odd comenzaron a escabar en la nieve con las manos.
-Fíjate bien -le susurró Ulrich a Yumi-. Odd no va a resistir más de cinco segundos. Cuantro... tres...
Acababa de llegar a <<uno>> cuando Odd recogió un poco de nieve fresca eb el hueco de las manos, la prensó para hacer una bola bien gorda y la tiró con todas sus fuerzas contra ellos.
Ulrich se agach,ó y bola le dio a Yumi en plena cara.
-¡Ja, ja! -se rió Ulrich dándole una palmada en la espalda-. ¿Qué te había dicho?
-¡Ésta me la pagas, Odd! -grito Yumi, hundiendo las manos en la nieve.
Un instante después estalló la batalla.
-¡Basta, basta! ¡Me rindo! -jadeó Aelita unos minutos más tarde.
Luego se dejó caer al lado de Jeremy, que había tirado la toalla hacía ya un rato.
A base de hacer bolas de nieve habían despejado un buen trozo del claro, hasta dejar a la vista un montón de monojos de hierba verde y el disco de hierro de una gran boca de alcantarilla.
A pesar de que la alcantarilla en sí no tenía nada de raro (se trataba de una ordinaríasima placa metálica circular), los indiscutiblemente insólito era que no se encontraba en medio de una calle, sino en pleno centro de un parque, entre la hierba y los árboles.
-¡Ulrich! -lo llamó Jeremy al tiempo que preparaba la cámara de vídeo-. Venga, empieza a contarlo tú.
-¿Yo? -se sobresaltó Ulrich.
-Bueno, en el fondo tú fuiste el primero que bajó conmigo...
-Venga. No te hagas de rogra, Ulrich. -insistió Yumi-. Si empizas tú, te prometo que te ayudaré con los platos sucios. ¿Trato hecho?
-Bueno, en ese caso... -cedió su amigo antes de aclararse la garganta.
Aunque no habían hablado de ello, todos sabían perfectamente el motivo por el que Jeremy se había parado junto a aquella boca de alcantarilla. Ahí era justo donde todo había empezado...
Para Ulrich nunca había sido nada más que el empollón de clase. Desde que se habían inscrito en la academia Kadic, los dos habían intercambiado como mucho algún que otro <<hola>> mascullado a toda prisa. A Ulrich, Jeremy no le había llamadola atención hasta mucho, mucho tiempo después.
Vista desde arriba, la academia parecía un enorme tenedor. Desde la verja de entraba en un extenso parque atravesado por dos anchos viales que llevaban a la entrada del edificio de administración. A partir de allí los edificios formaban una serie de herraduras que trazaban tres amplios patios: el interno, que se encontraba entre las aulas; el central, que albergaba los dos pabellones bajos de los comedores de la escuela; y, finalmente, el patio más amplio, donde estaba el campo de deportes.
Aquel día Ulrich estaba junto a una de las máquinas de café diseminadas en torno al campo. Con él estaba Odd, su nuevo compañero de cuarto, que no paraba de hablar y gesticular ni un solo segundo mientras él se bebía, con lentos sorbos, una lata de refresco. En cierto momento, Jeremy se había acercado a la máquina, había echado una moneda y había apretado un botón. El calambrazo había sido de tal calibre que le había hecho caer al suelo como un saco de patatas.
Tras un instante de indecisión, Ulrich se había apresurado a ayudarlo, y lo había acompañado a la emfermería. Por suerte, el empollón no se había hecho nada grave. Ulrich se había despedido de él antes de alejarse, pensativo.
Unos días después, Ulrich había oído unos gritos que venían de la habitación de Jeremy. Había entrado corriendo y se había encontrado a su compañero de clase enzarzado en una lucha contra una especie de caja con ruedas: era evidente que algo no había ido bien con el experimento de ciencias...
-¡Échame una mano! ¡Apágalo!
Ulrich había tirado del enchufe del robot y ¡plop!, todo había vuelto a la normalidad.
-Gracias.
-No hay de qué. Ya le estoy pillando el gusto a esto de salvarte el pellejo.
Jeremy Belpois lo había mirado con serenidad desde detrás de sus gafas empañadas, y tras un momento de silencio le había hecho una declaración.
-Hay algo más.
-¿Qué quieres decir?
-No puedo explicártelo aquí.
-Y entonces, ¿dónde?
-Fuera. En el parque. Pero no ahora: mañana.
Ulrich había clavado sus ojos en él, incrédulo, durante un par de segundos. Al final había asentido con la cabeza.
El sol centelleaba entre las hojas, proyectando por todas partes la luz verde y fresca. La sombra de la fronda le ofrecía algo de alivio a aquel caluroso día de primavera. Ulrich observó perplejo cómo su nuevo amigo saltaba de un arbusto a otro igual que un conejo.
-¿Estás seguro de que éste es el sitio?
Jeremy lo miró de mala manera y torció el gesto.
-Mira que nadie te ha obligado a venir.
-lo estoy haciendo por ti. No me fío de dejarte solo, visto tu extraordinario talento para meterte en líos...
En realidad, aquel ridículo chaval con gafas, siempre tan misterioso y solitario, había despertado su curiosidad.
-¡Ya estamos! .exclamó finalmente Jeremy-. ¡La he encontrado!
Aquella boca de alcantarilla que se recortaba entre la hierba causaba una extraña sensación. Estaba a todas luces fuera de lugar, como un pollo cruzando por un paso de cebra en medio de la ciudad o un hombre en traje de baño en plena fiesta de etiqueta, rodeado de esmóquines.
-Échame una mano -dijo Jeremy.
Entre los dos muchachos consiguieron levantar la pesada plancha de hierro. Una serie de asideros herrumbrosos descendía por un conducto vertical, sumiéndose en la oscuridad. El olor que subía desde el fondo no era nada agradable.
-¡¿Y se supone que nosotros vamos a tener que ir ahí abajo?!
-¡Venga, nada de remilgos! -lo cortó Jeremy, y se metió el primero en el agujero.
Ulrich permaneció durante un moemto sin saber qué hacer, pero al final lo siguió, y empezó a descender a ciegas, más y más abajo.
De repente su ìe no encontró un nuevo escalón, sino sólo el vacío. El muchacho vaciló, y a punto estuvo de perder asidero. Luego se quedó inmovil, colgando como un jamón.
A continuación oyó la voz de Jeremy retumbando desde abajo.
-¿Qué haces ahí arriba? La escalera se ha terminado. Salta.
-¿Perdona? ¿¿Cómo que <<salta>>??
-Échale valor. Como mucho será un metro y medio, no más.
Constreñido en aquel tubo de cemento, Ulrich empezó a preguntarse quién le mandaba a él meterse en esa situación. Jeremy le había parecido un chico tranquilo... pero estaba claro que no tenía la cabeza muy en su sitio. Como todos los genios, él también debía de tener algún tornillo mal apretado.
-¡Ulrich, ponte las pilas!
Ulrich saltó. Cayó rodando y volvió a levantarse inmediatamente, sorprendido de seguir aún de una pieza. Miró a su alrededor y vio que se encontraban en un túnel amplio y mal iluminado que desde arriba no había conseguido ni siquiera vislumbrar. También se dio cuenta de que tenía los pantalones mojados. Por el fondo del túnel fluía una especie de riachuelo gris y... ¡Puaj, nunca había olido un tufo como ése! El hedor que impregnaba el aire era casi sólido.
-Aquí no hay quien respire -boqueó.
-Son aguas negras -le explicó Jeremy con toda tranquilidad-. Estamos en las cloacas, amigo mío.
-¡El sitio ideal para una buena excursión!
-Ánimo, entonces. Cuanto antes sigamos, antes saldremos de quí.
Ulrich no se lo hizo repetir dos veces.
Los dos muchachos se pusieron en marcha a lo largo de una especie de acera que bordeaba el agua mugrienta de los desagües. Sus sombras se largaban por las paredes curvas del túnel, dibujando figuras monstruosas mientras a su alrededor el silencio se veía interrumpido únicamente por sus pasos y algún que otro chillido asustado.
-¿Ratas? -preguntó Ulrich.
-Oye, ¿qué parte de <<estamos en las cloacas>> no te ha quedado clara? Por supuesto que son ratas. Y si quieres más detalles, esas cosas negras que flotan ahí abajo son...
-¡Vale, vale! ¡Ya lo pillo! -lo interrumpió Ulrich con un gesto de impaciencia.
Unos cuantos pasos más allá, el túnel se interrumpia de golpe: una reja que iba de lado a lado impedía el paso, haciendo que fuese imposible seguir adelante. Una nueva hilera de asideros incrustados en la pared desparecía hacia arriba.
-Volvemos a la superficie.
Ulrih suspiró. Estaba seguro de que aquel olor a cloaca se le iba a quedar pegado a la ropa para siempre.
Al final se la escalado los esperada una segunda trampilla de metal. Cuando la apartaron a un lado quedaron casi cegados por la luz del sol.
Ulrich trepó afuera.
Y se quedó sin aliento.
Habían aparecido en medio del puente de la vieja fábrica, un gigantesco caserón que llenaba por completo un islote solitario inundado de sol. A su alrededor las aguas del río que pasaba a poca distancia de la academia gorgoteaban con toda tranquilidad. Detrás de Ulrich, una enorme verja coronada de alambre de espino bloqueaba la carretera que en otra época había permitido a los camiones atravesar la zona industrial de la ciudad y llegar a la fábrica.
Ahora el asfalto estaba lleno de grietas, y algunos manojos de hierbajos verdes perforaban la calzada aquí y allá.
Tampoco el puente parecía estar en buenas condiciones: las arcadas metálicas estaban cubiertas de herrumbre, y tenían un aspecto definitivamente poco sólido. Pero el paisaje era sin lugar a dudas único: desde el puente se disfrutaba de unas vistas espectaculares del río y, a lo lejos, más allá de las naves abandonadas, se asomaban las copas de los árboles y la majestuosa silueta de los edificios de la academia Kadic.
-Bonito, ¿eh? -sonrió Jeremy.
-Si. Pero quién sabe por qué ya no hay nadie por aquí.
-Lo he investigado un poco, y... no he sacado nada en claro. La fábrica quebró cuando nosotros aún éramos pequeños. En lugar de venderla, por algún motivo los propietarios prefirieron dejarla aquí, criando polvo. Después nació la nueva zona industrial a las afueras de la ciudad, y este barrio fue decayendo.
Jeremy hizo una pausa y abarcó con la mirada toda la isla.
-Antes o después alguien la comprará y construirá aparcamientos. O edificios. O a lo mejor un hotel enorme -concluyó.
La fábrica, con las chimeneas apagadas, mostraba un aspecto melancólico. Ulrich tenía una idea muy clara de cómo aprovechar todo este espacio: gimnasios, pistas y rampas para monopatines, locales... un parque de atracciones para quedarse sin aliento.
-Vamos -lo despabiló Jeremy, echando a andar por el puente.
-¿Adónde?
-¿No es obvio? Adentro de la fábrica.
Buen blog. Está muy bien que se pueda leer el libro este en el ordenador, pero a mi no me influye para nada porque me lo compré hace muchisimo ese libro xDD.
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