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jueves, 14 de abril de 2011

4º capítulo

                                                 El Castillo Subterráneo
                        [Francia. Ciudad de la Torre de Hierro. Hace algún tiempo]
En realidad todo comenzó un poco antes de que Ulrich bajase a las alcantarilla con Jeremy. En el momento auténtico principio, Jeremy estaba solo.
Cada semestre la profesora Hertz convocaba un concurso en clase para crear el experimento de ciencias más original, y Jeremy siempre había quedado primero. Esta vez había decidido diseñar un robot en miniatura, pero le faltaban algunas piezas para acabar el prototipo, y en la academia no había encontrado nada que le viniese bien.
Después se había acordado de la vieja fábrica abandonada, que no quedaba lejos, y había pensado que a lo mejor allí conseguía dar con algo útil. Además, tiempo atrás había hecho un descubrimiento interesante: un pasadizo secreto que llevaba desde el parque de la academia Kadic justo hasta la vieja fábrica...
Por fuera, el disco de hierro de la alcantarilla era completamente anónimo. Pero después de levantarlo había revelado un extraño símbolo con una inscripción aún más misteriosa: Green Phoenix. <<El fénix verde>>. Y ese mismo símbolo estaba grabado a los pies de los asideros de hierro que bajaban hasta las cloacas. Y en los propios conductos, como indicando qué camino seguir.
Y luego, en la entrada de la vieja fábrica abandonada en medio del río, estaba otra vez aquel símbolo, grabado y borrado con el tiempo.
Él fénix verde.

Aparte del puente inundado de sol, la fábrica abandonada era fresca y polvorienta. Desde el portón principal se entraba en una galería suspendida a varios metros del suelo. Se trataba de un lugar inmenso, altísimo y desolado. Las paredes estaban surcadas por pasarelas y balcones corridos, y había vigas de acero que sostenían grúas y otras maquinarias en desuso. Las ventanas eran grandes vidrieras enrejadas que daba al río.
Muchos cristales estaban rotos, y los que quedaban sin romper se habían vuelto opacos a causa del polvo.
Hacía ya años que nadie había puesto un pie dentro.
Jeremy decidió explorar la planta baja. Los últimos obreros habían amontonado allí un poco de todo a la buena de Dios: tubos y neumáticos de camión, aparatos electrónicos, vigas, restos de partes mecánicas. Era una auténtica mina de oro para su robot. La pena era que la escalerilla que antaño permitía descender a la planta baja se había derrumbado con el paso de los años, y ya no quedaban de ella más que unos cuantos escalones de hierro que se balanceaban sobre el vacío.
Jeremy advirtió dos cables robustos que colgaban del techo. Los cables pasaban a poca distancia del corredor flotante y llegaban hasta el suelo, donde se enrollaban formando amplios anillos serpentinos.
<<Deberían soportar mi peso...>>
Agarró uno y tiró de él con todas sus fuerzas. Nada de ruidos sospechosos. Parecía solido.
-¡Banzaaaaaaaai! -gritó, colgándose con ambas manos del cable y dejándose resbalar hacia el vacío.
Pocos instantes después rodaba por el suelo polvoriento, con las palmas de las manos ardiéndole debido al roce.
Pero lo había conseguido.
Empezó a dar vueltas por la nave abandonada, en busca de algo interesante. Luego, casi por casualidad, se percató del ascensor. Era un sencillo contenedor metálico que funcionaba con un dispositivo que oscila ligeramente, colgando de un cable que lo conecta a la caja de mandos. Tenía un solo botón, rojo, para bajar.
<<A saber a donde llevará>>, se preguntó Jeremy, y probó a apretar el botón rojo.
En realidad no pensaba que el ascensor fuera a accionarse de verdad. Sin embargo, la rejilla de seguridad bajó delante de él, y un viejo motor se puso en funcionamiento.
Jeremy empezó a pensar que había cometido un error.
Tras casi un minuto de descenso en medio de la oscuridad, el ascensor se detuvo, y la rejilla se levantó. Una célula fotoeléctrica hizo que se activase el mecanismo de una puerta automática, que se abrió con un suave sonido silbante.
Las paredes de la enorme sala a la que había llegado emanaban una luz eléctrica fría y verdosa. Colgando del techo había una imponente maquinaria hecha de tubos y cables eléctricos que terminaba en un gran círculo suspendido en medio, como una enorme lámpara del techo. Justo debajo, otro círculo que sobresalía del suelo le recordaba la plataforma de teletransporte de una película de ciencia ficción, o las compuertas de las que salen los misiles en los dibujos animados.
Sólo que aquello no era un dibujo animado. Era real.
Y lo tenía delante.
Jeremy no podía creer lo que veían sus ojos. Un brazo mecánico bajaba del techo, sosteniendo varios monitores apagados y un teclado. Delante de las pantallas había un cómodo sillón con una serie de botones sobre los brazos. Un puesto de mando. La consola de pilotaje de una nave espacial.
Jeremy se olvidó al instante tanto del motivo por el que estaba allí como de su experimento de ciencias. Tenía el cerebro en ebullición, con mil nuevas preguntas que subían a la superficie y estallaban como burbujas de aire. ¿Quién había construido una cosa así en el sótano de una vieja fábrica? ¿Seres humanos? ¿Alienígenas? Y además, ¿por qué, para qué?
Se acercó al puesto de mando y le bastó echarle un rápido vistazo para despejar la última duda: ante las pantallas había un teclado normal de tipo americano, el que más usaban los programadores. Por consiguiente, ese sitio había sido construido por humanos. Era poco probable que los alienígenas conociesen el alfabeto terrestre.
Pero, ¿pero adónde había ido a parar exactamente? ¿Estaba en una base militar? ¿En el plató abandonado  de una película de ciencia ficción?
De golpe, Jeremy se acordó  del alambre de espino que cerraba la entrada del puente y los carteles amenazadores repartidos por todo el perímetro de la vieja fábrica: PELIGRO, PROPIEDAD PRIVADA, ALTA TENSIÓN...

Alguien iba a raptarlo y hacerle desparecer para siempre.
Pero, por mucho que se esforzaba, no lograba adivinar quién.
-Si me queda poco tiempo -se dijo en voz alta para infundirse valor-, al menos quiero emplearlo para tratar de entender de qué va todo esto.
Lo único que tenía que hacer era sentarse en el sillón.
A´si lo hizo...
... y descubrió que no servía de nada: los mandos estaban apagados, al igual que los monitores y el teclado.
Por lo tanto, el problema era localizar el interruptor general.
jeremy exploró con atención toda la sala: el gran ordenador que colgaba del techo, las paredes, las luces... Registró cada palmo por activa y por pasiva, pero no obtuvo ningún resultado.
Se montó de nuevo en el ascensor-contenedor en el que había llegado, con sus paredes de hierro forjado y su mando de un solo botón.
<<Y ahora, con esto se vuelve arriba, supongo>>
Sólo por comprobar su teoría, apretó en gran botón rojo, y poco después se encontró en la planta baja de la fábrica. Lo pulsó de nuevo, y bajó otra vez a la sala del ordenador.
Había perdido cinco minutos, pero estaba poniendo en práctica una de las máximas de la profesora Hertz:el camino de la ciencia está hecho de experimentos; nunca debe darse nada por descontado.
Se paró un momento a reflexionar.Si la única salida era el ascensor, entonces el interruptor general tenía que estar a la fuerza dentro de esa misma sala. Pero, por más que lo había buscado, no había sido capaz de encontrarlo. Sin contar con que, por lo común,esta clase de cosas siempre estaban bastante a la vista. Por consiguiente, en algún lado tenía que haber una salida.
Oculta.
Jeremy se sentó en el sillón del ordenador, se relajó y cerró los ojos. Era como un examen.
Empezó a dar vueltas sobre el eje giratorio del sillón, abriendo los párpados de golpe y volviendo a cerrarlos inmediatamente después para imprimirse en la mente varias instantáneas de la habitación desde distintos ángulos. Las pantallas apagadas sobre la consola y el teclado. La gran estructura mecánica colgada del techo. Una pared verde. La puerta del ascensor.
Jeremy se detuvo. Abrió los ojos y volvió a mirar hacia la puerta: era definitivamente demasiado moderna en comparación con el desvencijado ascensor de chapa que había tras ella.
<<Ésa es una puerta de seguridad -se dijo Jeremy-. Y sirve para proteger algo importante.>>
En la sala del ordenador todo estaba apagado. Y sin embargo la puerta se abría y se cerraba sin problema. Y el ascensor subía y bajaba.
<<¿Qué sentido tiene todo esto?>>.
Jeremy se acercó, tratando de evitar que se activara el mecanismo de la célula fotoeléctrica. La superficie de la puerta era lisa, y tenía un aspecto resistente.
Después, el muchacho se percató de algo que todavía no había notado: una placa metálica a la derecha de la puerta, del mismo color, pero de un material distinto.
Jeremy apoyó la mano en ella. No pasó nada. Evidentemente, aparte del dispositivo automático de apertura y cierre, todas sus otras funciones estaban desactivadas.
Vale, había seguido una pista falsa, pero no había por qué desanimarse.
Estaba seguro de que por algún lado había otra habitación. Y tenía que existir alguna forma de llegar a ella.
Empezó a inspeccionar las paredes, dando golpecitos en el muro a distintas alturas. Paso a paso. Una vez hubo recorrido todo el perímetro de la habitación sin ningún resultado, se arrodilló y se puso a inspeccionar el suelo con los nudillos, que ya empezaban a dolerle.
Toc, toc, toc.
No iba a encontrar nada de esa manera, y ya se estaba haciendo tarde.
Toc, toc.
Ya casi era hora de volver, antes de que alguien se diese cuenta de su ausencia.
Toc, toc.
Estaba terminantemente prohibido alejarse más allá de los límites de la escuela, y...
Toc, toc, clonc, toc. Jeremy se detuvo. Se arrastró hacia atrás, aún de rodillas. Toc, clonc.
Ahí estaba.
Clonc.
Buscó con los dedos el borde, casi invisible, de la placa metálica, hasta que sus uñas encontraron un saliente. Se sacó de bolsillo su pequeña navaja suiza y metió la punta dentro de la delgada hendidura.
Trató de hacer palanca. La placa se movió. Hincó más a fondo la hoja de la navaja y volvió a intentarlo. Metió los dedos en el delgado hueco que había aparecido. Tiró con fuerza con ambas manos.
Y levantó la placa.
Debajo había un pasadizo, un oscuro agujero que se pedía en un fondo indistinguible.
Y asideros de hierro para permitir el descenso.
A través del pasadizo, Jeremy llegó a una habitación circular con las paredes pintadas de un color cálido, entre amarillo y naranja. La observó  un buen rato. No tenía ni idea de qué podían ser esos extraños instrumentos que la llenaban, pero estaba claro que el interruptor tampoco estaba en aquella habitación.
Ante él, dispuestas de tal modo que formaban un triángulo equilátero, se alzaban en tres altas columnas conectadas al techo mediante cables, tubos y unos extraños mecanismos. En cada columna se abría una puerta corredera orientada de tal manera que miraba hacia el centro de la habitación. Y todas las puertas estaban selladas. A Jeremy de inmediato le resultó evidente que las misteriosas columnas estaban controladas de alguna forma por el ordenador central, y tal vez por el puesto de mando del piso de arriba.
Pero... ¿para qué servían? ¿Eran rampas de lanzamiento? ¿Para lanzar qué?
Más que nada parecían cabinas de ducha ultramodernas. Jeremy decidió concentrarse otra vez en la búsqueda del interruptor general. Lo único que podía hacer era volver a intentar descender.
Suspiró y se metió de nuevo en el estrecho pasadizo, con las suelas de sus deportivas resbalando sobre los asideros, y volvió a bajar. Empezaba a faltarle el aliento.
Finalmente sus pies tocaron fondo.
Estaba a oscuras.
Se sacó el móvil del bolsillo y usó la pantalla para iluminar un poco a su alrededor. Y allí, a unos pocos pasos, vislumbró una pequeña puerta.
Era cuadrada y resistente y estaba montada sobre bisagras dobles que habrían condenado al fracaso cualquier intento de forzarla, incluso usando una palanqueta.
Jeremy golpeó su superficie con el puño, y el sonido sordo que le respondió le sugirió que incluso un soplete oxhídrico habría surtido muy poco efecto.
A la derecha de la puertecilla había un cajetín de plástico blanco con una pantalla de un solo renglón y un pequeño teclado alfanumérico justo debajo. El display resultaba ilegible a causa del polvo, y Jeremy lo frotó con un dedo para limpiarlo un poco.
Luego apretó una tecla al azar.
D3L3ND4, le respondió la pantalla.

Jeremy se sentó en el suelo, respirando hondo aquel aire seco subterráneo.
A lo mejor ese extraño código tenía algo que ver con el alfabeto militar que empleaba el ejército norteamericano.
Alfa, Bravo, Charlie, Delta... Pero, ¿qué tenían que ver los núemeros con eso? O bien podía tratarse de una especia de ecuación que había de resolver, y la contraseña era el resultado. Pulsó otra tecla al azar, y en la pantalla apreció el texto ERROR!!!, y luego otra vez D3L3ND4.
De pura frustración, el muchacho soltó un puñetazo contra la pared de cemento. Después probó con otra combinación.
ERROR!!!
D3L3ND4
Jeremy trató de concentrarse. El texto misterioso era de siete caracteres, pero el mensaje de error tenía de hecho ocho. Por consiguiente, la contraseña podía tener una longitus de hasta ocho caracteres. Se puso en pie, desanimado: ¡eso querái decir que había más de dos billones de combinaciones posibles!
Podía construír un aparato para craquearlo, un programa capaz de probar todas las combinaciones, una tras otra, hasta encontrar la adecuada. Pero, ¿dónde lo iba a enchufar?.
En ese cajetín no se veía ningún enchufe, ni agujeros de otro tipo en los que conectar cable alguno. Y por encima de todo, era probable que aquella pequeña puerta tuviese alguna protección contra intentos de intrusión de ese tipo.
Parecía una empresa sin esperanzas.
Jeremy abandonó la fábrica poco antes de que oscureciera.
Volvió a la academia y empezó a pensar en aquel texto. Buscó en Google y se leyó algunos libros sobre criptografía avanzada, matemáticas puras y teoría de los mensajes secretos. Buscó el nombre de <<Gren Phoenix>> en todos los sitios web imaginables del planeta. O por lo menos tenía la sensación de haberlo hecho. Probó desordenando los caracteres, ordenándolos en columnas, sumándolos y restándolos...
Nada de nada. Trató de encontrar algo de información acerca de la fábrica, sus antiguos propietarios, por qué habían cerrado todo aquello... pero ni por ésas fue capaz de sacar nada en claro.
Pasó un día entero. Pasó otro.
Y otro más.
Y al final la solución llegó caminando por su propio pie.

Jeremy estaba corriendo hacia el despacho de la profesora Hertz para pedirle que le prestase unos libros cuando vio al director Delmas saliendo del suyo con un tipo de cierta edad, alto y delgado, con una melena canosa y desgreñada y una barba espesa: una especie de cruce entre un neardental y Papá Noel.
-Gracias, Paul -dijo el director-. ¡Llevaba semanas volviéndome loco con esa adivinanza!
-En efecto, era dificililla -se escudó su interlocutor-. He tenido suerte, simplemente.
-¡Qué bobada! -insistió el director-. No hay adivinanza que tu no puedas resolver. No por nada eres el presidente de nuestro club de enigmística.
En el cerebro de Jeremy se encendió una lucecita: a lo mejor ese extraño personaje podría ser la persona adecuada para ayudarlo...
Se pegó a una columna, dejó que el director y el individuo misterioso pasaran más adelante y se puso a seguirlos. En la puerta del edificio el director Delmas se despidió de su amigo, que siguió caminando solo, atravesando el parque.
Era la ocasión adecuada.
Jeremy cubrió en un momento la distancia que lo separaba de aquel hombre, y lo abordó.
-Disculpe... -dijo timidamente.
-¿Sí, jovencito?
Tenía una voz profunda y unos ojos tan claros que parecían transparentes.
-Bueno, verá, yo...
¿Qué podía decirle? ¿Que había escuchado a escondidas su conversación con el director? ¿Que había encontrado por una casualidad un superordenador militar y para hacer que funcionase tenía que conseguir abrir una pequeña puerta secreta que había en los sótanos de una fábrica abandonada?
-Dime, muchachito...
-Tengo una adivinanza que no consigo resolver.
El hombre se rascó la barbilla, pensativo.
-¿Y quieres que te eche una mano? -murmuró, casi para sí-. En realidad la cosa no funciona así. Lo importante no es la solución, sino cómo se llega a ella. Si te la resuelvo yo, te perderás toda la diversión.
-Bueno, el director Delmas también, pero... -empezó Jeremy, e inmediatamente se mordió la lengua.
Su interlocutor soltó una sonora carcajada.
-Nos has oído, ¿eh? Bueno, vale. Busquémonos un banco en el que ponernos cómodos y razonar con calma sobre tu enigma.
En cuanto estuvieron sentados, Jeremy garabateó rápidamente D3L3ND4 en una hoja de papel, y se la pasó a Paul, que la observó con atención.
-Ocho letras -murmuró el hombre pocos segundos después.
-¡Sí! -exclamó sin dar crédito Jeremy, pensando de nuevo en la pantalla de la fábrica-. ¿Cómo lo sabe?
-Puede que seas algo joven para estas cosas... Pero, por otro lado, los chavales de ahora sois incomparablemente mejores con los ordenadores que los vejestorios como yo. ¿Has oído habar alguna vez del <<lenguaje leet>>?
Jeremy asintió. Para ser exactos, el leet no era un auténtico lenguaje, sino un truco de los programadores para acordarse hasta de las contraseñas más complicadas: consistía en sustituir algunas letras con números u otros símbolos que se les pareciesen. Así, por ejemplo, AMOR se convertía en 4M0R, y VICTORIA se transformaba en √1<T0R1A.
En realidad Jeremy ya había tenido en cuenta esa hipótesis...
Pero, una vez traducida empleando el leet, D3L3ND4 se convertia en DELENDA. Y a Jeremy esa palabra no le decía absolutamente nada.
-Ya lo había pensado -explicó-. Aunque descarté esa idea porque es una palabra carente de significado.
-¿<<Delenda>>? -preguntó Paul con una sonrisa-. Lamento contradecirte, pero lo que dices no es del todo exacto. Se trata de una palabra latina, y significa más o menos <<que debe ser eliminada>>. ¿Y sabes el motivo por el que esta palabra es lo bastante famosa como para que haya quien aún la recuerda hoy por hoy?
-No -admitió Jeremy. Su fuerte era las ciencias, no las lenguas muertas.
-Un político de la antigua Roma llamado Catón, para convencer a sus compañeros de profesión de que declarasen la guerra a la enemiga cartago, terminaba cada uno de sus discursos en el senado con la frase <<Carthado delenda est>>, es decir, <<Cartago debe ser destruída>>.
-<<Cathago tiene ocho letras... -murmuró Jeremy mientras se le iluminaba el rostro.
Tomo de las manos de Paul el bolígrafo y el papelito y garabateó en él, con una caligrafía pésima, <4RTH4G0.
-Enhorabuena, mi joven amigo.
Ésa era la solución.

Jeremy metió en una mochila una linterna y su ordenador portátil, comprobó que el pasillo estaba desierto y se escabulló fuera de su habitación...
Luego lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos. Sacó de debajo de su cama su viejo monopatín: así el recorrido por las cloacas sería mucho más breve.
Atravesó el parque de la academia Kadic y bajó por la alcantarilla.
Cuando el ascensor de la vieja fábrica lo dejó en el primer piso subterráneo se quedó un momento en silencio, observando el puesto de mando que había delante de las pantallas apagadas.
-Dentro de poco sabré si la solución es correcta -dijo en voz alta.
Luego descendió por el conducto con la linterna encendida y atada al cuello con un corodoncito. Cuando llegó al fondo estaba tan sudado que sus dedos ya no conseguían aferrarse a los asideros de hierro.
Jeremy se secó la frente con el jersey y dirigió el delgado haz de luz de la linterna hacia la pequeña puerta. En el display del mecanismo de apertura todavía parpadeaba el mismo texto.
D3L3ND4
El muchacho inspiró profundamente, y luego empezó a teclear la solución. Tan pronto como apretó el cero de <4RTH4G0, en la pantalla apareció una nueva palabra...
¡¡ACCESO!!
... y la cerradura se abrió con un seco clac.
Por la ranura de la puerta entreabierta empezó a filtrarse una luz fuerte y clara. Jeremy tiró para abrir del todo la puerta, y después entró en el otro lado.
Se esperaba una sala con decenas de armarios oscuros que llegasen hasta el techo y una indefinida cantidad de ordenadores ronroneando tranquilamente. Por el contrario, ante sí vio tan sólo un gran cilindro cubierto por extraños símbolos oscuros, semejante a una escultura moderna. No parecía un ordenador como los demás: era algo completamente nuevo, una tecnología que Jeremy nunca antes había visto.
-Quién sabe si funcionará -dijo, y su voz resonó en la sala desierta.
Había una única manera de descubrirlo. Llegó hasta el interruptor que había en la base del cilindro, una sencilla palanca que había en la base del cilindro, una sencilla palanca que había que empujar hacia abajo.
   Tras vacilar un momento, Jeremy bajó la palanca. De la palanca saltó una chispa azul.
Jeremy volvió a la sala de control para comprobar si había pasado algo.
Respiró hondo y se sentó en el sillón.
Su peso activó un sensor, y de repente las pantallas se iluminaron, mientras que desde la plataforma circular que había en el suelo, la que el muchacho había tomado un dispositivo de teletransporte, se elevó un cono de luz verde. Una especie de proyector.
En los monitores comenzaron a alinearse hileras de caracteres de un lenguaje de programación que Jeremy no había visto jamás.
Fascinado, empezó a explorar aquel fantástico ordenador y, mientras sus dedos corrían por el teclado, el haz del proyector dibujó una esfera que flotaba en el aire: una especie de gran mapamundi subdividido en cuatro gajos. En su centro translúcido brillaba un núcleo de un intenso color blanco.
-Un mapa -susurró el muchacho, emocionado. Un mapa dividido en cuatro sectores.
Jeremy ya estaba seguro de que se encontraba dentro de una base militar. Sólo que aquella esfera flotante no parecía la Tierra: no reconocía ninguno de sus continentes. Trasteó un poco con las teclas, hasta que de alguna forma consiguió hacer que aparecieran en los cuatros sectores una serie de nombres.
LYOKO BOSQUE
LYOKO HIELO
LYOKO DESIERTO
LYOKO MONTAÑAS
¿<<Lyoko>>? Jeremy incrementó el zoom, y la imagen se descompuso en fragmentos separados, cuatro gigantescas rajas de sandía conectadas entre ellas por un núcleo central sin nombre.
El núcleo era blanco. Los cuatro sectores tenían distintos nombres.
BOSQUE
HIELO
DESIERTO
MONTAÑAS
Jeremy estaba sudando. Las gafas se le resbalaban hasta la punta de la nariz, y los cristales empezaban a empañarse. Los dedos le temblaban mientras tecleaba, más y más emocionado por momentos, comandos que ni siquiera lograba comprender a fondo.
ZOOM. ENTRAR. NÚCLEO. ENTRAR. INTRODUCIR CÓDIGO. ACCESO DENEGADO.
No había manera. No pasaba de ahí, de aquella extraña representación de continentes fantásticos. Cuatro sectores y un núcleo blanco que parecía inaccesible, sin ninguna indicación más.
INTRODUCIR CÓDIGO. ACCESO DENEGADO.
<<Vale... -reflexionó Jeremy-. Probemos entonces con uno de los cuatro sectores>>.
ZOOM. ATRÁS. ATRÁS. LYOKO BOSQUE. ENTRAR. INTRODUCIR CÓDIGO. ACCESO DENEGADO. ENGANCHE NECESARIO.
-¿<<Enganche>>? -comentó Jeremy con los dientes apretados-. ¿A qué te tienes que enganchar?
Más textos vertiginosos pasando por la pantalla.
ESCANEO ACTIVO.
BÚSQUEDA DE AGENTES HUMANOS EN CURSO...
B´SUQUEDA FINALIZADA. AGENTE HUMANO LOCALIZADO.
TORRE 3. LYOKO BOSQUE. ¿ENGANCHAR?
Jeremy no entendía nada. Ahora el proyector mostraba sólo el gajo de lo que debía ser el sector del bosque. Una bolita roja parpadeaba en un rincón del gajo...
¿ENGANCHAR?
Pero, ¿qué demonios significaba? ¿La bolita roja era el agente humano?
-<<¡Tranquilízate!>>, se dijo Jeremy, obligándose a respirar.
Aquel gigantesco superordenador, oculto en el corazón de una fábrica abandonada, le parecía ahora una especie de complejísismo videojuego. Uno de esos videojuegos en los que otras personas pueden conectarse y jugar desde lugares de todo el mundo. Puede que ése fuera precisamente el significado: había otro jugador... un <<agente humano>>... en el sector del bosque.
En la Torre 3. En Lyoko.
Fuera lo que fuese lo que eso quería decir.
Jeremy permaneció inmóvil. Si de verdad lo que había reactivado era una especie de videojuego, entonces ¿por qué había estado apagado? ¿ Y por qué se encontraba en semejante lugar? Una vieja fábrica. Mucho más vieja que la tecnología que escondía en sus entrañas...
Empezó a tener miedo. Había sido facilísimo entrar. Como si alguien hubiese querido que él entrara.
Pero ¿quién?
-Esto no es un juego -susurró, apretando los dientes.
Realidad virtual, a lo mejor. Pero no para jugar. En ese caso, entonces, la bolita roja, el <<agente humano>>, habría podido ser cualquier cosa. Incluso una cosa peligrosa.
Tal vez lo mejor que podía hacer era apagarlo todo de nuevo.
Irse. Olvidarlo. Y terminar su trabajo de ciencias.
Pero Jeremy sentía que no podía. Estaba allí sentado, ante un ordenador imposible. Y tenía que descubrir para qué servía.
Tenía que saber algo más.
PULSA S PARA ENGANCHAR AL AGENTE.
-De acuerdo -dijo Jeremy en voz alta para infundirse valor-. Enganchémoslo, pues.
Su dedo índice apretó la tecla S. La pantalla se ennegreció de golpe. Después algo se movió.
Jeremy cerró los ojos por un instante, asustado. Cuando volvió a abrirlos, vio delante de él el rostro de una chiquilla. Su pelo, cortado a la garçon, era de un extraño color rosa intenso, y sobre la frente le caía un largo flequillo interrumpido, a ambos lados de la cara, por dos extravagantes orejas puntiagudas, similares a las de un elfo.
Sus delicados rasgos estaban acentuados por un maquillaje exótico: dos franjas verticales, del mismo color que el cabello, que seguían las suaves curvas de las mejillas. De su boca entreabierta parecía salir el sonido de la respiración tranquila de quien estás profundamente dormido.
-Es... guapísima -dijo Jeremy en voz baja, para sus adentros.
Al instante, la joven elfa abrió los ojos, que resultaron ser grandes y brillantes,del color de las frondas de la espesura de un bosque.
Miró a su alrededor, desorientada. Detrás de ella había una pared negra por la que fluían números y símbolos sin sentido, como hojas llevadas por el viento.
-¿Dónde... estoy? -preguntó pasados unos momentos. Luego pareció como si mirase directamente a Jeremy-. Y tú... ¿quién eres?
Jeremy dio un respingo sobre el sillón.
-¿Hablas conmigo? Pero tú... ¿me ves?
Aunque Jeremy no lo había notado, por algún lado de su puesto de mando debía de haber una webcam, un micrófono y unos altavoces.
Pero, ¿qué estaba pasando? Por más que se esforzaba, no conseguía pensar con lucidez.
-Tú no tendrías que... O sea, bueno... En fin... ¿quién eres?
-No sé quién soy. Y tú... ¿quién eres? -repitió la elfa.
-Yo soy... un chico.
-Bueno, entonces yo soy una chica. Creo.
Jeremy todavía no lograba dar crédito a lo que veían sus ojos.
-¿Podrías decirme cómo he llegado... aquí?
Jeremy no sabía qué responderle.
-¿Tú no... te acuerdas de nada más?
La muchacha se refregó los ojos y volvió a mirar a su alrededor. Parecía asustada. Sacudió la cabeza, desolada.
-¿Qué estabas haciendo ante de esto? -trató de insistir Jeremy.
-Estaba durmiendo.
-¿Estabas durmiendo? ¿Y desde hace cuánto?
-No sabría decírtelo -respondió la muchacha, cada vez más confusa.
Tras un silencio incómodo, Jeremy decidió presentarse.
-Yo me llamo Je-Jeremy.
-Jeremy es un nombre bonito. Me gusta -por primera vez la muchacha esbozó una sonrisa. Luego volvió a ensombrecerse-. Yo ni siquiera recuerdo si tengo nombre.
-Vamos a hacer una cosa -propuso Jeremy después de reflexionar un momento-. Si no sabes cómo te llamas, lo decid yo por ti. ¿Qué te parece... Maya?
La muchacha guiñó los ojos de una manera que a Jeremy le pareció absolutamente irresistible.
-Maya... -repitió a continuación ella-. ¡Me gusta! Maya y Jeremy. ¿Ahora somos amigos?
Jeremy pensó que todo aquello era terriblemente raro.
-Claro que somos amigos -respondió sin dudarlo un segundo.

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