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domingo, 17 de abril de 2011

5º capítulo.

                                  La pesadilla de Maya

Cuando Jeremy condujo a Ulrich adentro de la fábrica, le hizo bajar hasta la sala de las columnas, en el segundo nivel subterráneo.
-¿Y estas movidas qué se supone que son? -preguntó Ulrich.
-No tengo ni idea.
Se aproximaron a la primera puerta metálica, que se deslizó hacia un lado con un zumbido. Dentro había una cabina luminosa.
Ulrich metió dentro la cabeza para curiosear.
-¡No entres! -le advirtió Jeremy desde atrás.
-¿Por qué?
Jeremy suspiró.
-Me temo que podría ser peligroso. He hablado de ello con Maya.
-¿Esa amiga tuya que juega a la bella durmiente del ordenata? ¿Desde dónde se conecta ella?
-Ése es el tema. Que no lo sé. Y parece ser que ella tampoco lo sabe.
Ulrich se rascó la cabeza.
-Me has dicho que la viste en medio de un bosque, ¿correcto?
-Si. Es un sector de un mundo totalmente, virtual que parece diseñado con todo lujo de detalles.
-Y ella, en cambio, ¿cómo te ve?
-Me ve aquí, en la fábrica.
-Ella ve el mundo real, y tú ves el mundo virtual.
-Exacto.
-¿Y cómo conseguís oíros?
-Su voz sale de los altavoces. Y la mía, no lo sé, Ella dice que la oye resonar por todas partes, a su alrededor.
-¡Uau, cómo mola!
-Ya. Es como si desde aquí de controlase ese gran mundo virtual, dentro del cual también está ella.
-Así que tu amiga... ¿forma parte del mundo virtual?
-No estoy muy convencido de ello.
-¿Por qué?
Jeremy tardó un poco en responder.
-Es difícil de explicar... -dijo por fin-. La primera vez que hablé con ella pensé de inmediato que me encontraba ante una criatura virtual, una especie de avanzadísima inteligencia virtual. No era capaz de responder a preguntas elementales sobre nuestro mundo, como si no supiese nada de él. Ni siquiera sabía cuál era su propio nombre. Pero a pesar de eso había algo en su forma de comportarse, en su voz... algo indefinible y terriblemente... humano. Así que empecé a convencerme de que se trataba de una chica de verdad. En carne y hueso.
-¡Qué pena que esté enlatada en un ordenata lleno de cosas virtuales, Jeremy! ¡Venga ya, no puede ser... <<de verdad>>! ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?
-La he sometido a la prueba de Turing.
Ulrich puso los ojos en blanco.
-La has sometido ¿a qué?
Jeremy suspiró con resignación ante tamaña ignorancia.
-Turing era un matemático- empezó a explicarle-. Uno de los inventores de la informática. Entre otras cosas inventó un test para establecer si un agente que parece humano lo es de verdad, o tan sólo una máquina.
-Mmm. Me parece que he visto una movida por el estilo en una peli antigua en la que salía Harrison Ford. Estaba el robot este, que no sabía que era un robot... -comentó Ulrich mientras se rascaba la cabeza.
Jeremy lo interrumpió inmediatamente.
-En fin, que la he sometido a esa prueba. Y la prueba ha dado un resultado positivo. Por consiguiente, lo que yo me pregunto es: si Maya es una persona real que se encuentra dentro de un superordenador... ¿cómo narices ha entrado ahí?
Mientras pronunciaba la última frase se apoyó en una de las puertas correderas y luminosas, que se abrió con un susurro.
-¡Espera un segundo! - exclamó Ulrich al ver esa escena-. Algo me dice que ya sabes la respuesta.
-Bueno, quizá estas columnas podrían tener algo que ver.
La puerta de la cabina volvió a cerrarse. Ahora las tres columnas habían adquirido un aspecto nuevo, inquietante. Jeremy le señaló a su amigo los cables y mecanismos que salían de lo alto de aquellas extrañas estructuras y se perdían en el techo.
-Se que suena absurdo, Ulrich... pero creo que son una especie de escáneres. Algo así como <<fotocopiadoras bidimensionales>>.
-Interesante -comentó con ironía Ulrich-. Pero, ¿te importaría tratar de explicarlo con palabras que los simples mortales podamos comprender?
-Prácticamente -respondió, paciente, Jeremy-, estas tres columnas sirven para teletransportarse al mundo virtual en el que vive Maya.
-Ciencia ficción -se rió Ulrich.
-Yo también lo he pensado.
-¿Me quieres decir que crees que ella entró aquí y se plantó... en el otro lado?
-Exacto -asintió Jeremy, totalmente serio.
-Y... ¿se puede saber cómo has entendido eso?
-En realidad no he entendido nada. Pero aquí abajo, ¿lo ves?, en la base de la columna, está escrito...
-Escáner. Cámara de virtualización. Peligro. Uau.
-No me parece que ahí ponga también <<uau>>.
-Lo sé, sólo estaba... ¡Bah, déjame en paz!
-Ulrich... El test de Turing no es infalible al cien por cien, y Maya podría ser un programa de inteligencia artificial tan avanzado como para simular en todo y por todo una personalidad humana. Pero si no es así, tenemos que encontrar una manera de sacarla de ahí...
-¿Le has preguntado si recuerda algo de estas... <<cámaras de virtualización>>?
-No se acuerda de nada de los escáners, si sabe desde hace cuanto tiempo se encuentra ahí dentro. Dice que ha estado durmiendo.
De repente Ulrich sintió frío. Explorar la fábrica junto a su nuevo amigo había sido divertido. Pero ahora una alarma dentro de su cabeza le advertía que se estaba metiendo en algo peligroso.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres hacer? -preguntó finalmente.
Jeremy se colocó bien las gafas sobre la nariz.
- Me parece evidente. Quiero ver si mi teoría es correcta, y si estos chismes funcionan de veras como yo creo. Yasí, hemos llegado al motivo de tu presencia aquí.
-Necesitas un conejillo de Indias.
-Elemental, querido Watson.
Ulrich sonrió al tiempo que cierta idea iba tomando forma lentamente en su cabeza.
-Y me lo dices sin inmutarte... ¡Pero yo no tengo la menor intención de meterme ahí dentro, querido doctor Frankestein! Aunque la idea del conejillo de Indias me gusta.. -Ulrich clavó sus ojos en los del otro muchacho con una extraña sonrisa-. ¿Conoces a un tal Odd Della Robbia?
-¿Tu compañero de cuarto? ¿El que siempre se hace el caballero con las chicas?
-El mismo que viste y calza. ¿Qué te parece?
-En fin. Me parece un tipo raro.
-Pues deberías ver a su perro.
Cerca de la entrada de la residencia de estudiantes de la academia Kadic había colgada una larga lista de reglas que los estudiantes estaban obligados a respetar.
Cosas del tipo: <<Está prohibido salir de la residencia después del horario de cena sin ir acompañados por un miembro del personal docente>>. O bien: <<Después de las diez de la noche se deberá mantener silencio para no molestar al resto de los estudiantes>>. Más o menos por la mitad del folio, escrito en rojo y con caracteres el doble de grandes que el resto, para que fuese más visible, podía leerse también: <<EN LA ACADEMIA KADIC ESTÁ PROHIBIDO TENER ANIMALES DE COMPAÑÍA, INCLUIDOS PECES ROJOS O PEQUEÑOS ANIMALES ENJAULADOS (HAMSTERES, CANARIOS, ETC). EN CASO DE QUE UN ESTUDIANTE TRANSGREDA DICHA REGLA, SE EXPONDRÁ A UNA SUSPENSIÓN DE ENTRE UNO Y TRES DÍA, O EN LOS CASOS MÁS GRAVES, A SER EXPULSADO>>.
Ulrich no tenía ningún animal.
Odd Della Robbia, sí. Se había instalado en su cuarto trayendo consigo a Kiwi, un horrible perrillo sin pelo, con las orejas puntiagudas y un morro que era todo boca y dientes. Para mantenerlo oculto Odd usaba las técnicas más absurdas: lo metía debajo de la cama, en el armario, en la mochila (para llevárselo fuera a que hiciese sus necesidades). Tras los dos primeros días de convivencia, Ulrich había decidido que Kiwi era el chucho más odioso y cascarrabias con el que se había topado en todo su vida: si de noche se sentía solo, gimoteaba; si había luna, ladraba bajito; y durante el día le encantaba esconderse en los cajones, mordisqueando y babeando la ropa.
Ulrich se había encontrado su quimono de taekwondo hecho jirones, y sus zapatillas de deporte favoritas, literalmente devoradas.
Cuando se las había enseñado a Odd, el muchacho se había limitado a encoger los hombros y decir: <<Siempre le han gustado las cosas apestosas>>.

Esa noche, al volver de la vieja fábrica, Ulrich entró en su cuarto como si no hubiese pasado nada. Esperaría hasta altas horas de la noche, y entonces... ¡le conseguiría a Jeremy la cobaya que necesitaba!
Se metió en la cama completamente vestido y se hizo el dormido hasta que oyó cómo en la cama de al lado la respiración de Odd se volvía profunda y regular. Kiwi se había enroscado encima de los zapatos de su joven amo, y aullaba muy bajito.
Ulrich miró su reloj: las doce y pico. Jeremy y él habían quedado en encontrarse donde la boca de alcantarilla        
a eso de la una. La hora a la que incluso Jim Morales, el profesor de gimnasia que se había adjudicado el papel de guardián de los estudiantes, solía empezar a roncar a todo trapo. Esperó todavía unos segundos más, y luego... ¡vía libre!
Tratando de no hacer ruido, el muchacho apartó las sábanas.
-¡Ésta es la nuestra, bichejo! -susurró. Agarró a Kiwi y lo apretó contra su pecho para que no ladrase. Se escabulló fuera de la habitación. El haz de luz que dejó pasar la puerta al abrirse. El clac de la puerta al volverse a cerrar. Odd Della Robbia abrió los ojos con la desagradable sensación de que algo no iba como era debido.
Un momento... Ah, pues claro. Los habituales riudillos de Kiwi habían cesado. Od, preocupado, se incorporó hasta quedarse sentado. La cama de Ulrich estaba vacía. Y Kiwi no aparecía por ningún lado.
-Bonito, bonito... -lo llamó.
Nada.
Lo intentó con un silbido. Nada de nada.
En dos nanosegundos Odd se puso una chaqueta encima del pijama y salió disparado de la habitación. Oyó un ruido de pasos lejanos que provenía de las escaleras.
Y ese sonido... ¡eran los ladridos de Kiwi!
-¡Ey! Pero ¿qué...?
La puerta principal de la residencia estaba abierta, y Odd pasó por ella sin dejar de correr. Sintió la bofetada del aire fresco de la noche.
Vio cómo la silueta de Ulrich desparecía entre los árboles del parque. ¿Por qué había cogido Ulrich a su perro? Empezó a pasarle por la cabeza toda una serie de hipótesis de lo más inquietantes, pero las rechazó: su nuevo compañero de cuarto era taciturno, de acuerdo, pero en el fondo parecía un tipo legal. Seguro que no podía hacerle daño a Kiwi. ¡Aunque se había mosqueado bastante por lo de las zapatillas devoradas a traición!
Odd se detuvo en medio de los árboles para recuperar el aliento.
El torno a él la hierba ondeaba lentamente, acariciada por las sombras de la noche. Miró a su alrededor en busca de su compañero de habitación, que parecía haberse esfumado sin dejar rastro. Luego se dio cuenta de que en el suelo había una alcantarilla medio abierta. Se acercó a ella y la apartó del todo: un oscuro pozo descendía bien hondo. El muchacho metíó dentro la cabeza, pero volvió a sacarla inmediatamente, asqueado por el hedor que salía de aquel conducto.
Pero... había oído con toda nitidez el chapoteo de unos pasos en el fondo. Así que Ulrich había bajado ahí abajo. Y si Ulrich lo había hecho, él también podía conseguirlo.
Tapándose la nariz, claro.

-¡Qué mono! -exclamó Maya desde dentro del ordenador mientras Ulrich sostenía en alto a Kiwi delante de ella.
-Pero tú... ¿cómo consigues vernos exactamente? -le preguntó lleno de curiosidad el muchacho.
La chica sonrió.
-Delante de mí ha aparecido una ventana que flota en medio del aire. Y vosotros estáis ahí dentro.
-Uau... ¡Cómo mola! -exclamó Ulrich mientras la miraba en la pantalla de la sala de control-. Es como una especie de videoconferencia.
-Yo diría más bien -lo corrigió Jeremy con un tono profesional- que se trata de un sofisticado sistema de interfaz de usuario para un mundo de realidad virtual que empleaba webcams, micrófonos y quién sabe cuántas cosas más. De todas formas... Maya, dentro de poco podrás conocer a Kiwi en persona. En el ordenador he encontrado un programa de virtualización que debería resultarnos útil. Estoy seguro al noventa y ocho por ciento de que todo va a salir estupendamente. Primero te mandaremos al perro, luego intentaremos traerlo de vuelta y, una vez que hayamos comprobado que está sano y salvo... podremos tratar de entrar también nosotros... o hacer que salgas tú...
-No te comprometas demasiado -le susurró Ulrich-. Cada cosa a su tiempo. Empecemos por hacer desaparecer a este animalucho.
Los ojos de la muchacha se iluminaron con un extraño brillo.
-¿Estás seguro de que sabes lo que haces, Jeremy?
-Sí. O sea, no... pero... tú no tienes de qué preocuparte -trató de tranquilizarla Jeremy-. Sólo es una prueba inicial, y a lo mejor hará falta un poco de tiempo: este superordenador es condenadamente complicado.
-Y a lo peor, por desgracia, en el experimento perderemos para siempre a Kiwi... -dijo en plan sarcástico Ulrich, que estaba junto a él.
Jeremy le lanzó una mirada asesina.
-Tú vete abajo. Mete a Kiwi dentro de uno de los escáneres, cierra la puerta y vuelve aquí. Te espero para iniciar la cuenta atrás.
Mientras Ulrich bajaba por el conducto, el perrillo le lamió la cara, más contento que unas castañuelas.
-¡Puaj! No sabes lo mucho que siento tener que desembarazarme de ti, bichejo...
Cinco minutos después Ulrich ya estaba de vuelta.
-Ya está todo hecho.
-Vale -asintió Jeremy-. Maya, prepárate. Tienes que decirnos exactamente qué pasa en tu mundo. Iniciando cuenta atrás: cincuenta... cuarenta y nueve...
-¿Qué a sido eso? -preguntó de repente Ulrich.
-¿El qué?
-He oído un ruido. Como si alguien estuviese usando el ascensor.
-Ve a echar un vistazo.
Ulrich miró la cuenta atrás, que proseguía implacablemente.
-Luego voy -murmuró.

Cuando Odd entró en la habitación de los escáneres, ya se había convencido de que estaba dentro de una especie de sueño. O de una pesadilla.
En definitiva, en alguna parte que no era la realidad.
Lo de las cloacas y el puente de hierro tenía un pase, y también lo de la fábrica abandonada y el ascensor trastabillante. Pero la habitación en la que se encontraba ahora, con esa especie de duchas megatecnológicas y todas aquellas luces, era de verdad algo increíble.
-Que pasada... -murmuró, abriendo los ojos de par en par.
En respuesta se oyó un débil gañido. Tenue, como sofocado.
-¡Kiwi! -gritó entonces Odd-. ¿Se puede saber dónde te has metido? Ven aquí, bonito.
El perrillo empezó a ladrar frenéticamente, arañando la pared de una de aquellas columnas tan raras. Odd llegó hasta ella a la carrera y tocó su superficie, que se abrió deslizándose hacia un lado.

-Tres... dos...

Kiwi saltó afuera como una bale, le dio a Odd en pleno estómago y a punto estuvo de hacerle perder el equilibrio.
-Ey, chiquitín... -murmuró él, apoyándose contra la puerta de la cabina para no caerse. Craso error. Kiwi se precipitó entre sus piernas, poniéndole la zancadilla, la pared se movió de nuevo y en ese momento, agitando los brazos en busca de un asidero que no existía, Odd se desplomó dentro de la columna mientras la puerta se cerraba tras él con un chasquido.

-Uno... ¡cero! ¡Virtualización!

La luz del interior se convirtió de golpe en un resplandor deslumbrante.
Odd sintió cómo su cuerpo se elevaba, impulsado por fuertes chorros de aire que le levantaron el pelo sobre la cabeza. Cerró los ojos. La piel le picaba, los pelos de los brazos se le habían puesto de punta y...
 ...cayó al suelo como un gato, usando los pies y las manos como si fueran muelles para amortiguar el golpe.
Alucinante.
Y ahora, ¿adónde había ido a parar?
Las imágenes que sus ojos percibían tenían los colores y las formas irreales de los gráficos en tres de, de los videojuegos. Había árboles tan altos que sus copas se perdían en el cielo. Había luz, aunque no se veía ni rastro del sol. Y el terreno estaba cubierto de tramas de colores que iban desde el marrón oscuro hasta un amarillo arenoso. Parecía como si no hubiera horizonte, y el paisaje que tenía a su alrededor se perdía en la lejanía, aséptico y desierto.
Odd tragó saliva.
¡Caramba! Era como haber caído dentro de un videojuego.
Las sensaciones visuales eran tan extrañas y fuertes al mismo tiempo que Odd se cubrió instintivamente los ojos con las manos.
Unos instantes después las alejó, asustado. ¡Ésas no eran sus manos!
Se examinó a sí mismo con más atención. Ya no estaba vestido con el pijama y la chaqueta, sino que llevaba una especie de mono morado. Sus manos estaban envueltas en unos guantes cuyos dedos terminaban en garras. Tampoco su cuerpo era ya <<real>>, y al final de la columna le había salido una cola que ondeaba de un lado a otro. Y lo más increíble era que él podía sentirla: percibía como el viento acariciaba su suave pelaje.
Se palpó la cara, perplejo. Seguía siendo la suya, pero su pelo estaba de punta como el de un punki, y por encima de la frente habían aparecido dos protuberancias blandas semejantes a orejas peludas.
-¡Ey, pero si me he convertido en una especie de... supergato!
-¿Odd? -lo sobresaltó una voz.
El muchacho se giró, tratando de entender quién había hablado, pero no vio a nadie. Parecía como si la voz procediese directamente de dentro de sus orejas, como si alguien les hubiese metido unos auriculares.
-¡Oh, demonios, no! -exclamó la voz, contrariada-. ¿Se puede saber que haces ahí dentro, Odd?
Con cierta sorpresa, Odd reconoció la voz de Jeremy Belpua, el megaempollón de la clase.
-¿Jeremy? ¿Eres tú?
-¡Sí, soy yo!
-¿Dónde... cómo puedes oírme?
-¡Ni idea! Pero te recibo alto y claro, y a través de mis monitores puedo incluso verte.
-¿Odd? -se entrometió una segunda voz, algo más familiar.
-¡Ulrich! ¿Se puede saber en que leches de movidón me has metido?
-A mí me gustaría saber qué narices haces ahí tú en vez de tu chucho pulgoso -retumbó, incrédula, la voz de Ulrich.
-Ey, chavales, ¿me he perdido algo? ¿Quiere alguien explicarme qué clase de sitio es éste? Porque me da un poquito en la nariz que no se trata de un sitio... <<normal>>.
Silencio.
-En efecto, así es, Odd. Te encuentras en un mundo virtual controlado por un superordenador... ejem... cuántico -confirmó después la voz de Jeremy.
-¿Un qué? Ya lo pillo: es una broma, ¿verdad? ¿Puedo saber dónde está el truco?
-La cabina en la que has entrado, (y en la que en realidad debería haber estado Kiwi), es un escáner de virtualización biotri...
-¡Para, para, para! -porrumpió Od, que estaba empezando a perder la paciencia-. Perdona si te interrumpo, colega, pero ¿sabrías explicarme por qué tengo aquí... esto?
-¡Uau! -intervino Ulrich, entusiasmado-. ¡Pero si eso es una cola!
-Ejem... verás... -balbuceó Jeremy-. Probablemente la imagen se materializa en el mundo digital no corresponde a la real, sino que está mezclada con una proyección tuya y... ¡Aj, demonios, y yo qué sé! -terminó por refunfuñar-. Puede que sencillamente quieras ser un gato, y el ordenador ha hecho que aparezcas con esa pinta.
-Un gato... -repitió Odd, pensativo, mientras miraba a su alrededor-. Y ahora, ¿dónde estoy?
-Estás en Lyoko.
-¿Lyoko?
-En Lyoko Desierto... para ser más precisos.
-¿Y no hay nadie más aparte de mí en este sitio de mala muerte?
-Hay una chica. Maya.
-¿Guapa?
-No es tu tipo. Tiene orejas de elfa.
-Y a parte de esa chica elfa y yo, ¿no habrá también por casualidad unos monstruítos raros que parecen setas blindadas y se mueven en manada...?
-Eeeh... no, me parece que no.
-Entonces debe ser que ellos también andan por aquí por casualidad, ¡porque los tengo justo delante de mis narices!
En la fábrica, Jeremy aporreó furiosamente las teclas, cambiando el encuadre con el que había estado siguiendo los movimientos de Od.

-¡Ahí están! -exclamó Ulrich, más fascinado que asustado.
Se movían por el bosque en un grupo compacto, dando saltitos sobre unas horribles patitas de insecto. Parecían enormes escarabajos granujientos.
En el mismo instante en que se dieron cuenta de la presencia de Od, empezaron a disparar largos rayos láser contra él.
Por un instante el muchacho se quedó paralizado por el terror.
Luego le vino el impulso de huir, y saltó hacia atrás. ¡Y menudo salto! Salió disparado por el aire como una flecha e hizo una cabriola en pleno vuelo. Aterrizó sobre la rama de un árbol, y desde ella saltó hacia delante. Odd no se había sentido nunca así de ágil, y en aquella extraña atmósfera se movía sin esfuerzo alguno.
-¿Habéis visto qué movida? ¡Soy un auténtico rayo! -se maravilló-. ¡Ey!, ¿aún estáis ahí fuera?
¡-Sí! -le respondió la voz de Jeremy.
-¿Cómo has conseguido dar ese salto? -le preguntó Ulrich con incredulidad y una pizca de envidia.
-Es fácil. ¡Mira! -Odd dio otro brinco. Pero mientras estaba en el aire algo lo golpeó en un hombro-. ¡Ay! ¿Qué ha sido eso?
-¡Un láser?
Puede que fuese un videojuego, pero el dolor era muy real. Y quemaba. Quemaba de verdad.
-¡Odd! -lo avisó Jeremy-, ¡te han dado!
-¡Vaya, gracias por la advertencia! ¡Duele de narices!
-En el monitor acaba de aparecer un texto. El ordenador me está diciendo que has perdido treinta... treinta no sé qué.
-Algo así como treinta puntos de vida -añadió Ulrich.
-Pero entonces, ¡estoy de verdad dentro de un videojuego, colegas! Y ¿cuántos de esos puntos de vida tengo?
-Te quedan otros setenta, y luego.
-¿Luego?
-Game over.
-¿O sea? ¿Qué me va a pasar?
-No tengo ni idea.
Instintivamente, Odd empezó a correr más rápido.
-¡Ah, pues qué guay! ¡Estupendo de la muerte! Bueno, y entonces, ¿qué hago ahora? -gritó mientras saltaba de árbol en árbol.
La voz de Jeremy no se hizo esperar.
-Delante de ti debería de ver una especie de torre blanca.
-¡La veo!
-Bien. Ésa es la torre 3. Está justo en la frontera con el sector del desierto.
-¿Y entonces?
-Pues que es el lugar donde se encuentra Maya. Reúnete con ella y estarás a salvo.
Odd se giró, alarmado: detrás de él los escarabajos se estaban acercando. El bosque daba paso poco a poco a una extensión de arbustos movidos por un viento virtual.
-¡No te metas por ahí! -lo avisó de repente una voz desconocida por delante de él-. ¡La torre ya no es segura!
¡Blam! Un disparo láser. Odd lo esquivó y se detuvo un instante para mirar a su alrededor. A pocos pasos de él vio a una muchacha no muy alta con las orejas puntiagudas y el pelo cortada a la garçon y de un divertido color rosa. Estaba agazapada entre los matorrales.
-¿Maya?
-Sí. Ven conmigo, ¡vamos!
Odd desvió su carrera y la siguió sin hacer preguntas.
El enésimo disparo láser pasó silbando a poca distancia, depedezando una roca en mil fragmentos.
-¡Jeremy! ¡Éstos van en serio! ¿No te habrá venido a la cabeza mientras tanto una idea genial para sacarnos de aquí? -berreó Od.
-¡No! ¡Lo que estoy viendo en mi pantalla es totalmente incomprensible! Pero hay otra torre, no muy lejos de vosotros.
-¿Por dónde?
-¡Seguid así, recto! -respondió Jeremy-. Yo os aviso de cuándo hay que girar. Ahora el ordenador, me está enseñando un mapa del sector en el que os encontráis.
-¡Aaaaarrj! ¡Me han dado! -se lamentó Odd, rodando por el suelo en medio de una nube de polvo-. ¡Qué daño!
Maya lo ayudó a levantarse.
-¿Hacia dónde vamos, Jeremy? -preguntó con angustia.
-¡Recto! La torre ha empezado a ¡parpadear! Es un parpadeo azul
-¡De acuerdo, vamos! -siseó Odd mientras agitaba su cola gatuna.
Luego oyó resonar la voz de Ulrich.
-Jeremy, yo no me puedo quedar aquí mirando. Bajo a los escáneres.
Ulrich llegó a la sala de las columnas con el corazón latiendo a mil por hora. Miedo y remordimientos. Odd se encontraba en esa situación tan chunga por su culpa, y él tenía que hacer algo lo antes posible. Y además, Ulrich practicaba las artes marciales desde que tenía cinco años, así que enfrentarse a esa especie de escarabajos asquerosos no lo asustaban lo más mínimo.
-¡Quítate de en medio, bichejo! -siseó mientras esquivaba a Kiwi, que estaba corriendo por toda la habitación sin dejar de ladrar.
El escáner en el que había entrado Odd no se abría, así que Ulrich se metió en el interior del segundo escáner. Esperó. Apretó algunos botones que había allí dentro.
-¿Me oyes, Jeremy? -preguntó.
-Alto y claro -confirmó su amigo a través de un altavoz.
-Yo estoy listo.
-Entonces, agárrate fuerte... ¡virtualización!
Una luz fortísima rodeó a Ulrich, que se sintió aspirado hacia arriba, como si estuviese dentro de un tornado... En cuestión de segundos aterrizó en el otro lado.
Dentro de Lyoko.

Estar allí era muy distinto a contemplar el espectáculo en la pantalla de la sala de control. A sus ojos les costaba trabajo adaptarse a ese mundo digital tan plano y abstracto. Las hojas de los árboles bailaban al son de un viento invisible, pero lo hacían todas juntas, de una forma casi mecánica. La hierba se aplastaba bajo sus pies con una fracción de segundo de retraso.
No era de verdad. No lo era en absoluto.
Ulrich se quedó inmóvil durante unos instantes, desorientado. Lo percibía todo de un modo distinto, aunque no habría sabido explicar exactamente en qué sentido. Era un poco como estar debajo del agua, o envuelto en una fina película que retrasaba los movimientos.
Él también había cambiado de ropa: llevaba un quimono de samurái y calzaba unas sandalias de esparto con unos calcetines altos y blancos que separaban el dedo gordo del resto. Tenái una catana, la clásica espada japonesa, colgada de la cintura.
-¡Fantástico! -exclamó, tanteando su filo.
-¿Ulrich?
-¡Tu teoría es acertada, Jeremy! Quien es transportado aquí asume un aspecto que refleja su verdadera naturaleza.
Y la de Ulrich, al parecer, era la de un samurái.
Trató de orientarse entre la densa vegetación de quellos árboles altísimos.
-¿Dónde están los demás?
Pero no le hizo falta esperar a oír la respuesta: un grito agudo desgarró el aire a su izquierda.
-¡Maya! -lo siguió como un eco la voz de Jeremy, fuerte y clara en los oídos de todos-. ¡Le han dado a Maya! Sólo que... ¡el ordenador no registra ninguna pérdida de puntos de vida! No sé qué significa eso, ¡pero tened cuidado!
<<Significa que ella no es de verdad>>, pensó Ulrich. Aunque no lo dijo.
Llegó hasta ellos con un par de saltos. La chica elfa corría a toda velocidad, mientras que Odd iba saltando de rama en rama y trataba de atraer el fuego enemigo.
Ulrich, por su parte, hizo todo lo contrario: desenvainó la espada y se lanzó contra el primer escarabajo. Esquivó un rayo láser y golpeó al robot insectoide, haciendo que su catana vibrase contra su coraza. Fue como golpear un yunke.
Ulrich rodó por el suelo, volvió a pornerse en pie y comprobó que no había roto la espada. Luego la hizo oscilar delante de sus ojos, encarándose con su enemigo.
-Vamos, acércate...
El monstruo no tenía ni boca ni ojos. Era todo coraza y tentáculos oscuros.
Ulrich rechazó la estocada de uno de los tentáculos. Su catana despidió una cascada de chispas.
Saltar y moverse en aquel mundo virtual le producía una extraña sensación. ¡Era todo tan... irreal! No se sentía para nada cómodo, pero no tenía tiempo para pensar.
Se dio cuenta de que en el centro exacto de la coraza los escarabajos tenían un curioso doble círculo negro.
Como una especie de diana.
O un ojo.
Sin pararse a reflexionar, Ulrich pegó un salto, aterrizó dando una voltereta sobre el mosntruo e hincó la catana en el mismísimo centro de aquel símbolo desconocido. El escarabajo explotó en una lluvia de fragmentos luminosos.
-¡Sí, señor! ¡Uno menos! -Gritó Ulrich, exultante.
-¡Ey, eso no es justo! -protestó Odd desde una rama, justo encima de él-. ¿Por qué tú tienes una espada y yo solamente una estupida cola?
Mientras gesticulaba echó sin darse cuenta un barzo hacia atrás, y de su muñeca salió una flecha que se clavó en un tronco, a pocos metros de distancia.
-¡Qué pasada! ¡Pero si eso son flechas láser! -gritó Odd-. ¡Mis manos disparan flechas láser!
Después saltó al suelo, al lado de su amigo. Los escarabajos formaron un estrecho círculo alrededor de los dos muchachos, que se encontraron espalda con espalda, dos contra ocho.
-¿Ves esa especie de mancha que tienen en la coraza? -preguntó Ulrich.
-La veo.
-Si les arreas ahí, se desintegran.
-¿Y si en cambio nos desintegramos nosotros?
Los dos comañeros de cuarto se miraron. La situación era hasta tal punto disparatada que no conseguían sentir miedo de verdad.
-Mira, Odd, te quiero pedir perdón por haber raptado a Kiwi...
-¿Y por haberme metido en un mundo virtual donde yo parezco un gato, tú el camarero de un restaurante japonés y hay unos escarabajos enormes que tratan de matarnos antes que consigamos escondernos en una torre intermitente?
-Bueno, sí, también por eso.
-No te hace ninguna falta -replicó Odd con una sonrisa sincera-. ¡Me lo estoy pasando pipa!
Después saltó, abalanzándose contra el monstruo más cercano. Le apuntó con el brazo.
-¡Flecha láser! -gritó.

Maya corría a más no poder, con los ojos clavados en la torre blanca que la esperaba algo más adelante, medio oculta por los árboles.
El edificio parecía una vela gigantesca, lisa y uniforme, pero despedía un halo de luz azulada y amenazadora.
   Cuanto más se acercaba, más le daba la impresión de que la energía negativa se propagaba por el aire.
No era la primera vez que notaba aquella extraña presencia.
Un fragmento de su memoria volvió a la superficie. Era una especie de reclamo para los monstruos. Una canción de alarma.
Maya lo sabía. Y también sabía que en ese reclamo había algo terrible. Mientras corría, de forma inesperada empezó a recordar. A recordar por qué. Y quién.
-¡Jeremy! -gritó-. ¡Me ha venido a la cabeza algo importante!
-Cuéntame.
-¡Es él el que ha llamado a los monstruos!
-¿Él? ¿Quién?
-¡X.A.N.A.!
-¿X.A.N.A?
-Es el nombre del amo de este mundo. ¡Es sana quién controla Lyoko! Él me odia. ¡Nos odia a todos!
-¿Nos odia? ¿Y por qué?
-No me acuerdo, ¡sólo sé que está loco! Y los monstruos son sus esbirros. ¿Oyes ese sonido?
-¿Qué sonido?
-¡Es el reclamo! Sale de la torre. La torre parpadea porque... ¡porque estás infectada! ¡Es X.A.N.A.. quien la ha infectado!
-Igual que un virus -pensó Jeremy, y sintió un escalofrío.
-¿Y por qué nos está atacando?
-¡Menuda pregunta! ¿Por qué un misil destruye todo aquello con lo que se topa? -otro fragmento de su memoria volvióa su sitio-. No quiere que yo entre en la torre.
-¿Por qué? -volvió a preguntar Jeremy.
-Porque yo -respondió Maya casi como si estuviese en trance-. Yo puedo hacer que se vaya. Puedo curar la infección.
Jeremy no dijo nada, impactado por aquella revelación.
-Debería haber un símbolo -prosiguió Maya tras un instante de silencio-. Un ojo. ¡Sí! ¡El ojo de X.A.N.A.! -¡Tienes que decirles a los chicos que los golpeen ahí! Es su firma en los mosntruos, pero también su punto débil
Jeremy sonrió.
-No te preocupes: ya lo han encontrado ellos solitos.
En cuanto llegó a la base de la torre parpadeante, Maya oyó un zumbido y se quedó agarrotada. Justo delante de ella se recortaba la silueta un enorme congrejo, de por lo menos dos metros de altura, con unas patas repugantes y una cabeza hinchada y oscura.
La muchacha se echó a tierra mientras un rayo que había brotado de una de sus pinzas trazaba una cicatriz negra en un tronco que había detrás de ella.
Luego volvió a ponerse en pie, y volvió a echar a correr con el corazón saliéndosele por la boca. Estaba mortalmente asustada.
-¡Me está persiguiendo, Jeremy! -gritó, desesperada.
Él chequeó una de sus monitores. Tres, cuatro, cinco puntitos aparecieron de pronto en el mapa.
-Hay más de ésos, y los tienes en los talones. ¡Ni se te ocurra pararte!
<<No puede pararme. Yo soy la cura. Soy la única cura. Yo sé como detenerlo. Y él tiene miedo. De mí>>.
Otro terrible zumbido. La tierra se levantó bajo los pies de Maya, y ella salió rodando hacia un lado. Luego volvió a ponerse en movimiento, aunque demasiado lentamente.
Ya tenía encima al cangrejo gigante. Luego notó otros movimientos, y dos figuras aterrizaron detrás de ella. Odd y Ulrich.
-¡Corre! -le gritó Ulrich.
-¿Por qué no te las ves conmigo, centollo supervitaminado? -berreó Od.
El cangrejo se lo tomó al pie de la letra.
¡Blam!
Odd recibió el disparo de lleno, y se esfumó en el aire, como si nunca hubiese existido. Al ver esta escena, Ulrich cayó de rodillas, conmocionado.
-Jeremy... ¿está muerto?
Silencio sepulcral.
Luego, la voz de Jeremy volvió a retumbar alto y claro.
-¡Me parece que no! Acaba de salir de la columna de la sala de los ecáneres. No tiene pinta de estar en su mejor momento, pero... ¡estar, está vivo!
-Así que nada de Game Over.
El cangrejo alzó las pinzas y las clavó en la tierra, abriendo una enorme grieta.
-Por lo que parece, al menos no en nuestro caso. Pero... ¡Maya no tiene puntos de vida!
Ulrich miró a la chiquilla de orejas puntiagudas, que había retomado su carrera hacia la torre parpadeante.
-De forma que no deban alcanzarla...
-Ella es distinta, Ulrich.
-¿Qué es lo que tiene que hacer en la torre?
-No lo sé.
<<Seguro que ella es la cura>>, pensó. Pero siguió observando.
La muchacha de orejas puntiagudas trató de no pensar en el ejército de monstruos que le pisaban los talones. Trató de no escuchar el chirrido de la catana de Ulrich arañando sus caparazones. Mientras sentía el cansancio en las piernas y las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos, siguió corriendo, un paso tras otro, cuesta arriba, hacia la torre parpadeante, que estaba cada vez más cerca.
Lágrimas.
Un programa informático no llora de puro miedo.
Un programo informático no huye para salvar su vida.
No sigue sus instintos.
Ahora la torre estaba a unos pocos pasos, delante de ella. Muy cerca.
Casi podía tocarla. Saltó dentro de ella.
Atravesó sus paredes blancas como si no existiesen. Estaba dentro. Dentro de la torre.
Sólo había silencio. La batalla que arreciaba fuera había sido borrada. Como si nunca hubiese pasado.
Las paredes de la torre eran superficies sin luz por las que fluían extraños símbolos blancos. En medio del suelo estaba de nuevo aquel símbolo: los dos círculos concéntricos con sus cuatro rayitas.
El ojo de X.A.N.A.
Que brillaba con una siniestra luminiscencia azulada.
-¿Jeremy? -lo llamó la muchacha.
-Tranquila. Ulrich y los monstruos se han quedado afuera. Parece ser que no pueden entrar ahí dentro.
-Sí, pero yo, ¿cómo lo he conseguido?
-Has pasado a través de la pared -Jeremy tosió-. Desde un punto de vista informático, yo diría que le cortafuegos de la torre te ha recocido y...
-¡Corta el rollo, sabiondo! -lo interrumpió Odd, que mientras tanto había vuelto a subir hasta la sala de control.
La muchacha de orejas puntiagudas miró a su alrededor, sin saber muy bien qué tenía que hacer.Se acercó al ojo que vibraba en el suelo.
En cuanto lo tocó, una fuerza invisible la levantó por los aires con delicadeza.
Se sintió impulsada hacia arriba, hacia un techo invisible, hasta que se detuvo delante de un sencillo rectángulo, casi transparente, que flotaba en el aire a pocos centímetros de ella.
Era una pantalla.
Maya apoyó en ella una palma de la mano.
En la pantalla apareció una palabra.
AELITA.
La muchacha cerró los ojos y movió las manos con rapidez, como guiada por una oscura fuerza, como si se tratara de un gesto que había repetido millones de veces.
Volvió a abrir los ojos y leyó lo que había escrito.

CÓDIGO LYOKO

Una especie de torbellino, algo así como una energía que desaparecía, que era borrada.
-Torre desactivada -anunció al final una voz mecánica que retumbó a su alrededor.
Luego la torre cobró nueva vida, y los símbolos de las paredes se convirtieron en una cascada de números y letras.
-¡Hecho! -dijo en tono alegre la muchacha.
-Los monstruos... ¡han desaparecido! -La voz de Jeremy temblaba de emoción.
Dentro de la torre, la muchacha sonrió.
-¡Lo sé! ¡Esto es lo que hay que hacer!
-Pero... ¿qué significa Código Lyoko?
-¡Es la cura, Jeremy! Ahora también recuerdo otras cosas...
-¿Cuáles?
-X.A.N.A. no es el señor de este mundo... ¡Yo lo soy!
-¿Tú...?
-¿Te das cuenta? Y mi nombre no es <<Maya>>. Yo me llamo... Aelita.

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